Tres medios principales para hacer reinar el amor del Sagrado Corazón de Jesús en el sufrimiento

Del libro El Reinado del Corazón de Jesús(tomo3), escrito por un P. Oblato de María Inmaculada, Capellán de Montmartre. Publicado en Francia en 1897 y traducído por primera vez al Español en 1910.

I

Hay que acudir a la oración y a la penitencia

“Velad conmigo y orad para que no sucumbáis en la tentación”, decía nuestro Señor a sus discípulos en el huerto de Getsemaní; y habiéndose dormido, les echaba en cara no haber podido velar y orar con Él una hora, porque el espíritu está pronto, más la carne es débil” (San Mateo, 26, 38-40)

A fin de añadir el ejemplo a la lección verbal, nuestro divino Maestro se puso entonces a orar prolijamente y en tres veces diferentes.

La oración, en especial la oración hecha en unión con las almas santas, es el primer medio de sostener nos en la prueba.

¡Cuántas veces acudió a esto Santa Margarita María!

Escribía a dos de sus antiguos superioras:

“Nuestro Señor continúa haciéndome la misericordia de favorecer me con su luz; pero en verdad, mis buenas Madres, os aseguro que tengo grandísima necesidad de vuestra santas oraciones en el estado de sufrimiento en que la bondad del único amigo de nuestros corazones me tiene continuamente. ¡Dios mío!, sí pudiera explicarlo, conoceríais la extrema necesidad que tengo de este auxilio. Os lo suplico con todo mi corazón.”

“Rogad para que no sea abandonada al poder de mis enemigos y para que obtenga la fortaleza de llegar hasta el fin en el cumplimiento de los designios de Dios sobre mí, y de abandonarme enteramente a su Santa Voluntad y a todo lo que quiere hacer de mí, pues la vida me es un martirio. ¡Qué necesidad tengo de su fortaleza para soportarme yo misma!.”

(Carta a la Madre de Saumaise)

“Rogad a la bondad del adorable Corazón de mi Jesús que me conceda la gracia de no abusar de estos momentos preciosos que me da para hacer penitencia, antes para sacar de tan gran bien el provecho que Él espera de mí.” (Carta a la Madre Greyfié)

 

II

Es necesario buscar un guía fiel e ilustrado

            Sí se debe evitar hablar de nuestras penas a todo el que quiera oírlas, cuando la prueba aparece abrumadora, es útil, y a veces necesario, acudir a un apoyo exterior. El divino agonizante de Getsemaní es quien nos da el ejemplo. Hallándose como aplastado por el peso de la justicia de su Padre, fue repetidas veces a invitar a sus discípulos a que se unieran a Él para velar y orar; pero estos dejaron se dominar del sueño; Jesús, abandonado por sus amigos de la tierra, acudió al ministerio de un Ángel, que bajó del cielo para fortalecerle: apparuit Angelus confortans eum (San Lucas, 22)

Cuando la naturaleza se siente como abrumada bajo el peso de la cruz, es necesario, pues, pedir, no los consuelos de las criaturas, sino los consejos y palabras de aliento de las personas virtuosas.

Escribía a la Madre de Saumaise: “perdonadme, si mi amor propio me hace buscar este pequeño consuelo a mi buena Madre, quien hará el favor de dispensarme la molestia que la doy. Aunque no se deba buscar consuelo en esta vida, yo os ruego, mi buena Madre, por el amor de nuestro Señor, que digáis a esta indigna hija, vuestra opinión sobre lo que os manifiesto con algunas palabras de aliento para este camino donde no ayudó apoyo ni consuelo. Esto no quiere decir que no tenga una buena Madre, tan buena y caritativa cómo se puede desear, pero Dios lo quiere. Si supierais el estado a que me veo reducida muchas veces, tendría es compasión de mí; pues me parece que nuestro Señor hace que le sirvan todas las cosas de instrumento de su divina justicia para atormentar a esta pobre criminal. ¡Qué necesidad tengo de la fortaleza de este Soberano Señor para sostenerme!”

 

III

Es preciso unirse  al Corazón de Jesús

Para comprender la indispensable necesidad de esta unión y su maravillosa eficacia, basta que nos acordemos de que en toda nuestra vida sobrenatural debemos dedicarnos a imitar a nuestro divino Salvador: yo os he dado ejemplo, nos dice, a fin de que obréis   como yo he obrado (San Juan, 23,15). Ahora bien, ¿de dónde sacó Jesús su fortaleza, en medio de los sufrimientos de su vida, sobre todo en el huerto de Getsemaní y en el Calvario? De Su propio Corazón, Es decir, de su amor a su Padre y a nosotros. Por consiguiente, en su divino Corazón y en su amor es donde nosotros debemos buscar la fortaleza y el valor en las pruebas y en las tentaciones. Allí es donde santa Margarita María encontró el secreto de su heróica paciencia.

“En una ocasión, cuenta ella de sí misma, mi Soberano me dio a entender: que quería retirarme a la soledad, no en un desierto como Él, sino a la de su Sagrado Corazón, donde me haría acoger nuevas fuerzas para cumplir su voluntad, combatiendo valerosamente hasta la muerte ; porque todavía tenía que resistir los ataques de muchos enemigos poderosos.

Realmente hubiera sucumbido muchas veces si nuestro Señor no me hubiera sostenido con una gracia particular; para obtener esta gracia, mi divino Salvador me mandó comulgar todos los primeros viernes de mes con el fin de unirme más estrechamente a su Corazón. (Carta al Padre Rolin) “

“En mis penas, estoy abandonada a la dirección y gobierno del Sagrado Corazón; este divino corazón ha querido hacer me está caridad. Más puedo asegurar que no me perdona nada; porque al corregirme, me impone y a la vez me hace sufrir el castigo de faltas. Vuestra pobre y ruin hija es sólo sufrimiento y pena; está sin   remedio, sin auxilio y sin recurso sino en el adorable corazón. Moriría de dolor, sino me sintiera fortalecida y enteramente rodeada de un poder e invisible que disipa las furias infernales, las cuales hacen lo posible por quitarme la paz del corazón, como me lo ha dado a conocer nuestro Señor. (Carta a la Madre de Saumaise) “

 

Al leer la serie de enseñanzas de Santa Margarita María sobre el amor a la cruz y al oír la relación de los maravillosos frutos de Valor y generosidad que el amor del Corazón de Jesús produjo en el alma de la Sierva de Dios, muchos cristianos se verán tentados a decir con tristeza: Yo tengo deseo sincero de amar al Sagrado Corazón; pero no tendré jamás esa dicha de amarle verdaderamente, si para ello se necesita aceptar sin repugnancia y hasta con cierta alegría todas las penas y trabajo. Tales sentimientos son propios de los Santos. Yo procuro, es verdad, evitar la murmuración cuando sufro; pero no puedo librarme de la turbación ni aun de algunas quejas.

A estas almas de buena voluntad, pero todavía demasiado tímidas y muy  poco generosas, responde la Santa con cierta admiración: “no puedo comprender que un corazón que ama verdaderamente a nuestro Señor Jesucristo, llegue a quejarse, ni a decir que sufre sobre la Cruz, o más bien en el Sagrado Corazón de Jesús, donde todo se convierte en amor. No: no hay trabajo para los que aman ardientemente al Sagrado Corazón de nuestro amable Jesús, puesto que en este adorable Corazón todo lo que hay de más amargo en la naturaleza, se cambia en delicias. El Sagrado Corazón hacer saborear dulzuras en medio de los dolores, humillaciones, desprecios, contradicciones y toda clase de penas.

Sí; verdaderamente creo que todo se cambia en amor para el alma que llega a estar abrasada de este sagrado fuego, y que no tiene más ejercicio ni empleo que amar padeciendo. Las cosas más amargas no son sino regalo en este adorable Corazón.”

Si todavía no reconocemos en nosotros este amor fuerte y generoso, humillémonos, pero no perdamos la confianza; podemos adquirirle, si no en el grado admirable de que habla la Santa, al menos en cierta medida. ¿Qué es preciso para esto?

Para llegar a amar perfectamente al Corazón de Jesús, responde Santa Margarita:

“Amad al Sagrado Corazón; por lo menos desea hacer este amor. Amar, pues, como dice San Agustín, y hacer lo que queráis. Si el deseo de amar ardientemente al divino Corazón produce este efecto, ¿cuáles serán los que este amor producirá en los corazones que le aman de veras, cuyo mayor sufrimiento es no sufrir bastante, o, mejor dicho, no amar bastante?”

Comencemos, pues, por desear este amor generoso para con el Corazón de Jesús; ejercitémonos en practicarle: primero, aceptando por este amor los pequeños sacrificios diarios de la vida; después, imponiendo nos algunas ligeras penitencias; estos sacrificios y penitencias son la leña que alimenta y acrecienta el fuego divino del amor al Sagrado Corazón. Así fortaleceremos insensiblemente nuestra alma y nos dispondremos para las mayores pruebas que nos tenga preparadas el amor divino; pues el Corazón de Jesús proporciona sus pruebas según nuestra generosidad y fuerzas, y de ordinario reserva sus amigos privilegiados cruces especialmente dolorosas.