EL MISTERIO DEL CORAZÓN DE CRISTO (III): SANTOS PADRES Y EDAD MEDIA

Luis Fernando De Prada

Después de recordar los fundamentos bíblicos de la espiritua­lidad del Corazón de Jesús, daremos ahora unas pinceladas sobre su desarrollo histórico. Como siempre, no buscamos más que sinteti­zar brevemente los estudios de los investigadores.

 

Época patrística

 

Como es lógico, una primera etapa es la patrística. Un segundo momento a estudiar será la época medieval, que culmina en el florecimiento místico de los siglos XIII-XIV. Se habla de una primera gran difusión del culto al Corazón de Jesús en los siglos XV-XVII, para acabar desembocando en la figura de Sta. Margarita Mª de Alacoque, con la que esta espiritualidad adquiere su forma más característica en los últimos siglos. Finalmente veremos su presentación moderna por el Magisterio de la Iglesia, y los últimos desarrollos teológico-espirituales.

Los Padres de la Iglesia se encontraron con que la antropolo­gía bíblica, que da tanta importancia al corazón, chocaba con la muy extendida platónica, de corte intelectualista.

« … la devoción a Cristo Jesús, el Hijo de Dios que se hizo carne y que por ello no puede prescin­dir de su humani­dad, para no ser superficial tiene que llegar a su Corazón. En efecto, el «Corazón» es lo decisivo en el hombre y lo que permite valorarlo plenamente. S. Jerónimo con gran clari­dad expresaba esta idea, rica para la antropología cristiana, cuan­do escribió: «Se pregunta dónde está lo principal del alma: Platón dice que en el cerebro, Cristo muestra que está en el corazón» (Card. J. Ratzinger)

Sin embargo, la antropolo­gía estoica sirvió de puente: Según los estoicos, el cosmos ha sido formado por un fuego pri­mordial, el Logos, y el cuerpo humano por una centella de ese fuego, el pneuma. Al centro del universo, el Sol, lo llamaron corazón del cosmos; por su par­te, el pneuma tiene su sede en el cora­zón del hombre, que es el sol del cuer­po, el Logos en noso­tros; y a la inversa, el Logos es el corazón del mun­do. Así se explica mejor que un autor tan platónico como Oríge­nes ponga el corazón como centro del hombre, y pueda decir que Juan ha reposado in principali cordis Iesu, o que se haya ca­racteri­zado el talante de S. Agustín como una filosofía del corazón.

Por otra parte, los ricos textos bíblicos que vimos sobre el Corazón de Jesús, no podían dejar de llamar la aten­ción de los Padres.

Quizás el testimonio más antiguo sea de S. Justino, que habla del Corazón de Jesús en el contexto de Getsemaní: su cora­zón se derretía como cera en sus entrañas. S. Agustín dirá de Juan en la última cena que «bebía de lo íntimo del corazón del Señor los secretos más profundos», y en numerosos pasajes de sus obras nos hablará de los sentimientos del corazón de Jesús, al igual que otros Padres. S. Juan Crisóstomo dirá como supremo elogio de S. Pablo que su corazón era «el Corazón de Jesús».

Pero será sobre todo la escena de la lanzada al costado de Cristo la que abrirá el camino al amor de su Corazón. Sin duda lo entendió así el cristiano que escribió en la catacumba de Priscila: «Rescatado por la herida de Cristo». El costado abierto es el camino para el santuario del amor redentor y la fuente de la sabiduría, donde se reciben las aguas vivas del Espíritu.

Sin embargo, en general los Padres se fijan más en lo que sale de la herida del costado que en penetrar hacia el cora­zón; no parece que hayan rela­cionado la realidad objetiva de la redención con la realidad subjetiva del amor de Cristo, causa de aquélla, o que hayan visto su corazón como símbolo del amor redentor. La Providen­cia reserva­ba a otros esta pro­fundización.

« el clavo penetrante se ha convertido para mí en una llave que me ha abierto el conocimiento de la voluntad del Señor. ¿Por qué no he de mirar a través de esta hendidura? Un hierro atravesó su alma, hasta cerca del corazón, de modo que ya no es incapaz de compadecerse de mis debilidades.

Las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo alto. No podría hallarse otro medio más claro que estas tus llagas para comprender que tú, Señor, eres bueno y clemente, y rico en misericordia.

Luego mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos. Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia».

(San Bernardo)

En la transición del primer al segundo milenio, la Iglesia, de esposa que sale del costado herido, se irá convirtiendo en la esposa que se acerca en adoración y reparación a la herida del costado para apagar su sed en la fuente del amor. En la espiritualidad medieval, se acentuará la devoción a la humanidad del Salvador, el deseo de reclinar la cabeza en su pecho, la contemplación del Crucificado y sus llagas… Así, San Bernardo.


 

«El corazón es el símbolo del amor, que se dice residir en el corazón: es designado el contenido por aquello que lo contiene. Y para expresar que uno ama a una persona, se dice que está herido su corazón. Así Cristo en la cruz fue he­rido de amor por la Iglesia» (Honorio Augustodunense)

Espiritualidad medieval

 

La espiritualidad medieval, sobre todo a partir del siglo XII, presta gran atención a la humanidad de Jesús, a sus llagas, y muy particular­mente, al costado abierto, fijándose ya en el mismo Corazón de Jesús, con un tono más afectivo que en los siglos anteriores. No hay ruptura, pero sí desplazamiento de acentos respecto a la patrística.

Guillermo de Saint-Thierry señala cómo por la herida de su pecho, «podemos entrar del todo hasta el corazón de Jesús, donde reside la misericordia»; corazón que compara con «el arca de oro que contiene el maná de la divinidad». Honorio Augustodunense parece el primero en ofrecer razonadamente la presentación del Corazón de Jesús como símbolo de su amor.

 

Gilberto de Hoyland desarrolla bellamente el intercambio de amor entre Cristo y nosotros. Por mucho que amemos a Jesús, nuestro amor es sólo respuesta al de Él hacia nosotros. Cuando Él se siente provocado al amor, confiesa que su corazón está herido: «Esposa, no ahorres esos dardos que lanzas al esposo… Feliz eres si tus flechas se clavan en él…» Como vemos -y es lo más general en la Edad Media-, lo que hiere al Corazón de Jesús es el amor, no el pecado.

Junto a los teólogos que transmiten los fundamentos doctrina­les, se producirá, particular­men­te en los siglos XIII-XIV, un gran florecimiento místico. Interven­ciones extraordinarias de la gracia iban a realizar un avance decisivo. Se dará habi­tual­mente en muje­res, con toda su ri­queza afectiva, a cuyo corazón hablará el Señor de su propio Corazón.

Así, a Sta. Ludgarda le presenta el Señor la herida de su costado bañada de sangre y le dice: «Mira aquí y contempla lo que debes amar de ahora en ade­lante y por qué lo debes amar». En otro momento le dice Lud­garda al Señor que lo que quiere es su Corazón, a lo que Éste responde: «Soy yo más bien quien quiere tu corazón». Y Ludgar­da: «Que sea así, Señor, pero con tal que concedáis a mi corazón el amor de vuestro Corazón y que en vos posea yo mi corazón bien guardado para siempre bajo vuestra mirada». Entonces tuvo lugar, por primera vez que sepamos, el fenómeno místico del cambio de corazones.

Sta. Matilde de Hackeborn, al oír en Misa la antífona «Venid benditos», dijo al Señor: «¡Si al menos yo fuera una de esas almas benditas que os oirán decir esta dulce palabra!». Jesús le respondió: «Estate segura de ello. Te voy a dar en prenda mi Corazón. Tú lo tendrás siempre contigo, y el día que yo habré cumplido tu deseo, tú me lo darás como lugar de refugio, a fin de que a la hora de tu muerte no se abra delante de ti otro camino sino el de mi Corazón, donde tú vendrás a descansar para siempre». Sta. Gertrudis será otra santa benedictina que tendrá una vivencia profunda del Corazón de Jesús también en el marco de la vida litúrgica.

Entre los franciscanos, podemos recordar a S. Buenaventura, que dirá: «¿Quién no amará aquel Corazón tan herido? ¿Quién no devolverá amor a quien tanto ama?» Entre los dominicos, Sto. Tomás de Aquino escribirá: «Cristo ha venido a socorrer a aquellos cuya fe es fría, a aquellos que están muertos a causa de sus pecados, por la sangre de su corazón». El Maestro Eckart es el primero en hablar del «Corazón del Salvador en la Eucaristía». Sta. Catalina de Siena experimentará el intercambio de corazones: «En este momento es mi corazón el que te doy para que vivas siempre en él».

Entre los cartujos sobresale Ludolfo de Sajonia; en la introduc­ción a su celebérrima Vita Christi, escribe: «¿Por qué el Corazón de Jesús ha sido herido por nuestra causa con la herida de amor? Esto ha sucedido a fin de que nosotros podamos entrar por la puerta de su sagrado Costado hasta su divino Corazón. Ahí le devolveremos amor por amor».

 

«Venga tu Reino: Padre, por el Corazón de Jesús en pena, que el Espíritu Santo encienda el fuego del amor en el corazón de los fieles.

Hágase tu voluntad: Por el Corazón dulcísimo, queremos hacer y dejar que se haga todo según la santa voluntad de Dios alabándolo y celebrándo­lo…

No nos dejes caer en tenta­ción: Oh Señor, por los inmen­sos sufrimientos que ha pade­cido tu santísimo Corazón, protégenos y concédenos la gracia de satisfacer por nues­tros pecados»

(Meditación sobre el Padre Nuestro de Dionisio el Cartujano, en un devocionario del s. XV)

A partir del siglo XV se habla de una primera gran difusión del culto al Corazón de Jesús. Innumerables oraciones, libros de devoción, representaciones artísticas…, extienden al pueblo cristiano la doctrina de los teólogos y las vivencias de los místicos.

Todos estos pasos confluirán en los grandes autores de los siglos XVI-XVII, como veremos.