Fundamento bíblico de la teología del Corazón de Cristo (Parte III)

Tercera parte de la conferencia impartida por Ignace de la Potterie S. I., en el congreso internacional del Corazón de Jesús  de Toulouse de 1981. Con el título “Fundamento bíblico de la teología del Corazón de Cristo”

III. El misterio de la obediencia de Jesús

 

El tema que ahora abordamos muestra un evidente contraste con el precedente. Esto no es nada sorprendente, ya que nos ofrecen relaciones diferentes en el comportamiento de Cristo: por una parte, la realeza de Cristo con respecto a los hombres; por otra parte, su obediencia al Padre.

En el plano teológico, esta última es más importante que la primera: la obediencia de Jesús tiene un gran alcance, no sólo para las soteriología, lo cual es evidente, sino también para la cristología, ya que esa obediencia es una cosa bien distinta de un simple ejemplo que nos da,  en un plano  simplemente moral; esa obediencia nos hace penetrar en el misterio mismo de Cristo, el Hijo de Dios; por eso hablamos del “misterio” de la obediencia de Jesús.

No es necesario hacer intervenir aquí la distinción entre tradición y redacción en los Evangelios. En efecto, es imposible que la idea de la obediencia de Jesús haya sido inventada por la Iglesia Apostólica, que veneraba a Cristo como a su Señor. Nos ocupamos aquí de un dato histórico sólido, atestiguado casi en todo el Nuevo Testamento, si bien es evidente que ciertos textos van acompañados de una elaboración teológica posterior.

No se puede por menos que constatar, con K. Rahner: “La mayor parte del Nuevo Testamento, la misión de Cristo redentor es presentada la más de las veces bajo la idea-clave de su obediencia al Padre”. Nuestra exposición será en dos etapas: presentaremos primeramente, según los Evangelios, una descripción de conjunto de la obediencia de Jesús; trataremos, después, de descubrir su fundamento secreto en la consciencia en el Corazón de Cristo. Para esto nos inspiraremos sobre todo en San Juan y en algunos textos esenciales de la tradición patrística.

                        A)La obediencia de Jesús a la voluntad de Dios

En los Evangelios no se  encuentra todavía las palabras “obediencia” y “obedecer”            aplicadas a Jesús. Pero la idea está expresada en muchas expresiones equivalentes, tales como “cumplir toda justicia” (Mt 3, 15), “es necesario que …” (pasim) “hacer la voluntad” (Jn 3,34), “cumplir las escrituras” (cf. Lc 18,31) y otras similares empleadas con referencia Cristo.

1.Insistimos sobre el empleo repetido de la expresión “es necesario”. Jesús concibe toda su misión como la ejecución y del designio salvífico de Dios revelado en la Escritura y que Él viene a consumar. Ya en el evangelio de la infancia, Jesús en el templo dice a sus Padres que le andan buscando: “¿no sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2,49). También habla de esta misma necesidad a propósito de su Pasión: “es necesario que el Hijo del Hombre padezca mucho…” (Mc 8,31 par.).

En el cuarto Evangelio, se expresa de una manera análoga a propósito de su exaltación: “es necesario que el Hijo del Hombre sea elevado …” (Jn 3, 14; cf. 12, 32.34). En el prendimiento de Getsemaní, rehúsa la intervención de sus discípulos para librarle: “¿cómo se cumplirían las escrituras de que así debe suceder?” (Mt 27,54). Por fin, el día de su resurrección explica a los discípulos de Emaús lo que anunciaban todas las Escrituras: “¿no era necesario que Él Cristo padeciera eso y entrar así en su gloria?”(lc 24,26). Tal era sin duda el sentido del “consumatum est” en la cruz: “todo está terminado”, dice Jesús al morir (jn 19, 28. 30); esto es, comenta el Padre Mollat, “a la vez, la obra del Padre (4, 34; 17,4) y la Escritura”.

  1. Un aspecto todavía más importante de la obediencia de Jesús es su insistencia en hacer perfectamente la voluntad de Dios. De tal modo impresionó esto a la primera generación cristiana, que el autor de la epístola a los Hebreos ha podido presentar bajo esa perspectiva toda la vida de Cristo, a partir de la encarnación: “al entrar en este mundo, dice:¡he venido, Dios, para hacer tu voluntad!”(Heb 10,5.7; cf.v.10; Jn 6,38). De hecho, toda la existencia de Jesús, sobre todo en San Juan, está marcada por tales declaraciones, en las que afirma su perfecta obediencia a la voluntad del Padre. He aquí los textos principales:

“Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34). “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (5, 30).”Siempre hago lo que  le agrada”(8,29). “Vosotros no le conocéis, Yo sí que le conozco… Yo le conozco, y guardo su palabra” (8,55) “tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado, mientras es de día” (9,4).

Esta obediencia al Padre se convierte también en el tema dominante de la plegaria de Jesús. En el himno de júbilo, da gracias a su Padre por haber revelado sus misterios a los pequeñuelos: “sí, Padre, pues tal ha sido Tú beneplácito” (Mt 11,27). En la oración de Getsemaní—texto capital sobre el que volveremos—Jesús dice: “Padre mío…, hágase tu voluntad” (Mt 26,42). Con toda razón, Jesús había podido decir al Padre, en el amplio texto de Jn 17, que ha sido llamado la plegaria de la hora: “ Yo te  he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar” (Jn17, 4). Esta obra, aceptada por Jesús para hacer la voluntad del Padre, es la obra de la revelación (17,6.14; cf. 12, 49-50) y la obra de la salvación (10, 17-18; Flp 2,8).

 

  1. B) La obediencia del Hijo

 

¿Cuál era el fundamento de la  obediencia de Jesús? La respuesta no puede dar lugar a duda: San Juan– -y los Padres después de él—y señala que el fundamento se ha de buscar en la divina filiación de Jesús.

 

  1. San Juan—con frecuencia, cuando habla de obediencia, Juan utiliza las palabras “Hijo” y “Padre”. La obediencia que describe no es la de una creatura del Creador, la de una persona ordinaria a su señor. Se trata de la obediencia del Hijo único hacia su Padre. El Padre Guillette comenta muy bien: “obedecer… Es la expresión de su propia persona, de su intimidad única con el Padre. Lo que Él es, el Hijo único y amado, lo es tan solo en la obediencia”.

Y así, en el versículo final de su discurso sobre el poder del Hijo (5,19-30), Jesús profesa su obediencia, pero, al decir esto, no hace sino reiterar su declaración solemne del principio: “en verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; lo que hace Él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que Él hace” (vv.19-20a). En el discurso de conclusión de la vida pública, Jesús termina con estas palabras: “lo que Yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mi” (12,50). Pero querríamos detenernos sobre todo en dos textos todavía más importantes, para demostrar hasta qué punto la obediencia de Jesús es la expresión humana de su condición filial.

En el discurso de la Cena, a la petición de Felipe: “Muéstranos al Padre”(14,8), responde Jesús: “ el que me ha visto a mí, ha visto al Padre … ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanecen mí es el que realiza las obras”(14,9-10). El versículo tipicamente joaneo, por el sutil juego de los sinónimos y por la extraña sustitución de un término por otro. A propósito de sus propias palabras, Jesús explica: “no has digo por mi cuenta”. Normalmente, la continuación lógica sería: “es el Padre el que dice en mi esas palabras”. Pero, en la fase siguiente, Jesús da una explicación diferente, inesperada: “el Padre es el que realiza las obras”.

Se adivina la razón de ese cambio de vocabulario: Juan quiere hacer comprender que, para el Padre, lo esencial de su obra rebelarse asimismo en las palabras de su Hijo; por otra parte, si estas palabras de Jesús son reveladoras, es porque “el Padre permanece en Él”, porque existe entre ellos la relación de Padre a hijo. Tan sólo aquí adquiere todo su sentido la misteriosa respuesta dada Felipe: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”, uno de los textos más densos del cuarto Evangelio.

Es evidente que no basta ver a Jesús con los ojos corporales para ver al Padre. Esto no es posible sino para aquella mirada que se convierte en contemplación, para la mirada que, desde la apariencia exterior del hombre Jesús, sabe pasar más allá, para llegar hasta la realidad interior, hasta el misterio del Hijo presente Jesús: quienquiera que vea así a Jesús, quienquiera que descubra en este hombre al Hijo único, ve en Él al Padre. Esa presencia y es acción del Padre en Él explica porque Jesús no hablo por su cuenta, porque Él obedece al Padre en el acto de revelar: el principio profundo de sus palabras, es el Padre el que actúa en Él.

Similares consideraciones pueden hacerse a propósito del versículo final del prólogo (Jn 1, 18). Pero, por desgracia, estamos demasiado habituados al texto de la vulgata: “… Qui est in sinu Patris, ipse enarravit”. Ahora bien, la preposición metiera eis tiene un sentido dinámico: “vuelto hacia el seno del Padre”. Juan nos sitúa, pues, aquí al nivel humano e histórico, el de la misión reveladora de Jesús: esto es lo que indicaba el versículo precedente: “la ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo”(1,17). Para presentar sintéticamente  esa revelación traída por Jesús, el evangelista describe al final: “el Hijo único, vuelto hacia el seno del Padre, Él fue, Él mismo, la revelación”. La palabra “seno”(Kolpos) no designa un órgano femenino, sino, más en general, la parte interior del cuerpo humano(cf.Jn 13,23). Es el símbolo del amor, de la afectividad. La fórmula Joanea” el Hijo único vuelto hacia el seno del Padre” describe, pues, la vida filial del hombre Jesús, su actitud de Hijo único, hecha de obediencia al Padre y de amor recíproco para con el Padre.

Pero, como  lo demuestra la inclusión entre el comienzo y  final del prólogo, este comportamiento humano de Jesucristo ante el Padre es la expresión histórica, la imagen terrena de lo que era, en la vida divina, la actitud del Verbo ante el mismo Dios: “el Verbo estaba vuelto hacia Dios” (VV. 1-2; cf.1 Jn 1,2); igualmente, durante los días del Verbo encarnado, “ el Hijo único estaba vuelto hacia el seno del Padre” (V. 18). Por esta razón, “Él fue, Él mismo, la revelación”: la vida filial de Jesús era la manifestación aquí debajo de la vida trinitaria del Verbo en Dios.

Se ven fácilmente las derivaciones que de lo dicho se desprenden orden a nuestro problema del Corazón y de la Conciencia humana de Jesús: su vida profunda, hecha de obediencia al Padre y de amor al Padre, era la expresión humana, la imagen perfecta de su vida divina, esto es, de la vida del Hijo, eternamente “vuelto hacia el Padre”(1 Jn 1,2)

  1. Los Padres de la Iglesia.—la idea del nexo íntimo existente entre la obediencia de Jesús y su filiación abunda bastante en la tradición patrística.
  2. a) Veamos en primer lugar la nueva explicación propuesta por Máximo el Confesor para la oración de Jesús en Getsemaní: “no sea como Yo quiero, sino cómo quieres Tú”(Mt 26,39). En el siglo VII, la tradición monofisita adoptaba formas nuevas: el monoteísmo y el monoenergismo bizantino; éste no admitía en Cristo sino la operación divina y la voluntad divina. Por lo que respecta a la oración de Getsemaní, la sumisión de Cristo a la voluntad del Padre era interpretada únicamente como la expresión de su voluntad divina, que él posee en común con el Padre y el Espíritu.

El papel de la humanidad de Jesús en la hora de la salvación quedaba prácticamente eliminado. Hoy día, observa el P. Le Guillou, tiende a propagarse “un nuevo monotelismo”, pero que es exactamente el inverso del antiguo, ya que muchos autores no ven otra cosa en la actitud de Jesús en su Pasión sino el comportamiento valeroso de un hombre frente a la muerte; esta actitud simplemente humana puede constituir, ciertamente, un ejemplo en el plano moral, pero carece de importancia prontamente salvífica para la salvación de los hombres.

Pues bien, el esfuerzo teológico de Máximo el Confesor ha consistido en enseñar, por una parte, que el fiat de la agonía era el acto supremo de la libertad humana de Jesús, pero, por otra parte, también que esa voluntad plenamente humana era la del Hijo de Dios. Como dice el P. Le Guillou, “lo que el libre consentimiento, el fiat de Jesús en Getsemaní, revela a Máximo es que nuestra salvación ha sido querida humanamente por una persona divina”. Máximo distingue en Cristo entre la “realidad esencial de la naturaleza”(logos tes fýseos) y el “modo personal de existir” (tropos tes ypárxeos). La obediencia de Jesús en Getsemaní era plenamente humana según la realidad esencial de su naturaleza y voluntad humana (y, por consiguiente, era igual a los demás hombres), pero la ejercía de un “modo personal” inefable, en virtud de la armonía perfecta de su voluntad con la voluntad del Padre, armonía que era la expresión de su actitud de Hijo.

El lenguaje de Fátima—y esto es innegable—es difícil. Se trata de algo inevitable en su época. Pero no se puede por menos que admirar la exactitud y la profundidad de su interpretación de la agonía; puso muy bien de relieve los dos aspectos fundamentales de esa agonía, el humano y el divino, indicados en el Evangelio: Jesús se muestra en ella perfectamente sumiso a la voluntad de Dios, pero lo hace con una actitud filial hacia Aquel a quien Él, en su oración, llamaba “Abba, Padre” (Mc 14, 36).

Estos análisis de Máximo pueden extenderse a toda la existencia terrena de Jesús, a toda la economía de la Encarnación. Esto nos permite descubrir un aspecto esencial de la consciencia humana de Jesús: “toda la especificidad personal del Hijo se ha plasmado y se ha hecho presente en la existencia, el corazón y el alma del hombre Jesús”. Por aquí se ve la importancia de este estudio sobre el modo filial de existir en orden a la profundización de la teología del Corazón de Cristo.

  1. b) Pasaremos más rápidamente sobre los textos de otros dos Padres, San Cirilo de Alejandría y San Hilario, no ya porque sean menos importantes, sino porque son más fáciles de entender. Uno y otro prolongan y explicitan la línea de pensamiento de San Juan.

Al llegar a la interpretación de Jn 5,19 (“el hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que debe hacer al Padre”), Cirilo comenta si esta profesión de obediencia de Jesús: “en todo yo ejecutó sus obras, ya que yo soy por Él (os ex autú, exsisten ex ipso). Por el hecho de que Jesús es el Hijo, eternamente engendrado por el Padre, todas sus acciones humanas son la expresión de lo que hace el Padre.

Reflexiones análogas se encuentran en el mundo latino en San Hilario, en pleno contexto de la lucha antiarriana. Aun teniendo la misma sustancia que el Padre, nos explica el Obispo de Poitiers, el Hijo “se somete al Padre, su autor”: autor, no en el sentido de creador (Dios es el creador de la humanidad de Cristo), sino el sentido de “principio” (arjé), en cuanto que el Padre, eternamente, engendra al Hijo. Es en esa generación divina en la que se funda la obediencia humana de Jesús.

En la vida trinitaria, se puede decir “dar” pertenecer al Padre, “recibir” es propio del Hijo. En este sentido, el Jesús joaneo podía afirmar: “el Padre es más grande que Yo” (Jn 14, 28). El versículo ha sido objeto de largas discusiones entre los Padres. Conforme a la mejor interpretación antigua, hay que entenderlo del siguiente modo: esta “ inferioridad” del Hijo no sólo se cumplen en el hombre Jesús, en su relación con el Padre, sino que también se da en el mismo Dios, en Cristo, en su calidad de Hijo; Faustino lo explica así: “ aunque, en cuanto Dios, el Hijo sea igual al Padre, sin embargo, en cuanto Hijo, es inferior al Padre, ya que el Hijo tiene su origen en el Padre”.

  1. c) Conclusión

Esta segunda fase de nuestro estudio es más importante que la primera. En aquella nos enfrentábamos con dos grandes paradojas del misterio de Jesús: su perfecta obediencia al Padre y su filiación divina. Pero Juan y los Padres nos hacen comprender que la primera es la explicitación de la segunda y se fundamenta en ella.

Descubrimos, pues, aquí un aspecto capital, sin duda el más fundamental, de la consciencia humana de Jesús: Él vivió como un hombre enteramente dado a Dios, un hombre que se identificó con su misión sobrenatural, un hombre plenamente disponible en las manos del Padre. Ahí está lo más profundo de Jesús: vivir constantemente vuelto hacia su Padre. Y los primeros cristianos comprendieron muy bien que, precisamente en eso, Jesús se revelaba como Hijo. Esto es lo que se redescubre también en la cristología contemporánea.

Terminemos volviendo una vez más a las letanías del Sagrado Corazón. Pero ahora conviene yuxtaponer dos invocaciones. “Corazón de Jesús, obediente hasta la muerte”: esta invocación de la tercera parte, inspirada en Flp 2,8, resume la obra salvífica realizada por Cristo; pero se mantiene todavía en el plano de la economía. Desde la perspectiva de la “teología”, esa descripción de la obediencia del Siervo debe explicarse a la luz de la invocación del principio: “Corazón de Jesús, Hijo del eterno Padre”. Si el Corazón de Jesús ha sido obediente hasta la muerte, es porque era el Corazón del Hijo.