El desprendimiento, el arma indispensable del devoto del Sagrado Corazón de Jesús (IV)

El despreendimiento

El desprendimiento de las criaturas

 

La virtud del desprendimiento no debe ejercitarse sólo en relación a nosotros mismos, debe también extenderse a todas las criaturas sin excepción. Veamos cómo el devoto del Corazón de Jesús debe practicar el desprendimiento:

 

1º Desprendimiento del mundo.

Todo cristiano que quiere alistarse bajo la bandera del Sagrado Corazón, debe desprenderse de este mundo, contra quien nuestro Señor lanzó su terrible anatema: Vae mundo!(San Mateo  18,7)  y por quien no quiso rogar: Non pro mundo rogo(San Juan, 17, 9) . Por este mundo, tan odioso al Corazón de Jesús, se deben entender, no los individuos que lo componen, porque este divino Corazón los ama y quiere salvarlos, sino las máximas que en él profesan de viva voz o por escrito, la conducta que observan y la vida que llevan.

Las principales obras del mundo contra las cuales debe ponerse en guardia el amante del Sagrado Corazón, son: las lecturas ireligiosas o frívolas, la solicitud inquieta por amontonar riquezas, el buscar apresuradamente los honores y la estima de los hombres, el deseo de agradar a las criaturas por el lujo y la vanidad y el frecuentar las reuniones mundanas.

Santa Margarita daba consejos a sus hermanos sobre el desprendimiento de las riquezas; ella demostraba que nada hay más contrario la devoción del Sagrado Corazón que el amor apasionado del dinero.

¿Cómo, en efecto, aquellos que están prendados del deseo de llegar a ser ricos, podrán dejarse encadenar  por los lazos del divino amor, si San Pablo nos los presenta como cogidos en las redes del demonio? (Timoteo, 6,9)

Los escritos de Santa Margarita no hablan nada de la necesidad de evitar toda lectura mundana, sin duda, no tuvo la sierva de Dios ocasión de tratar este asunto; el uso de estas lecturas era muy raro en aquel tiempo. Sin embargo, bien claramente nos expone los deseos del Sagrado Corazón sobre este punto, cuando refiere aquella visión en la que nuestro Señor, mostrándola su divino Corazón le dijo:

 

“He aquí el libro de la Vida donde se contiene la ciencia del Amor.”

            Ella declara que “Desde entonces me fue imposible leer en otros libros”. Si la sierva de Dios viviera nuestros días, ¿qué severos anatemas no lanzaría contra esos cristianos y cristianas que casi sin escrúpulos, y aun pretendiendo ser devotos del Sagrado Corazón, se entregan a las lecturas más peligrosas? ¿Cómo, después de haber leído lo que se puede llamar el evangelio de Satanás, se atreverán a poner sus miradas en el Corazón de Jesús, libro del divino amor, verdadero Evangelio de Dios?

El primer cuidado del cristiano que entra al servicio del Sagrado Corazón debe ser visitar la biblioteca de casa, con objeto de arrojar fuera todo escrito que sea contrario de lo más mínimo a este divino Corazón , y la primera resolución que debe tomar debe ser prohibirse en absoluto toda lectura peligrosa.

Hay dos obras del mundo sobre las que Santa Margarita se extiende mucho: los adornos y las reuniones mundanas.

Condena los primeros con una fuerza asombrosa; la definición que da de ellos basta para inspirarnos el más vivo horror. Los llamaba “Vanos atavíos, malditas ideas de Satanás, instrumentos de su malicia. “No se puede anatematizar de un modo más enérgico al lujo. ¿Cómo una persona cristiana que quiere agradar al Sagrado Corazón se atreverá, no digo a ponerse adornos inmodestos, sino simplemente trajes de vanidad mundana si se dijera a sí misma: llevó la “librea de Satanás, librea maldita”, verdaderas intenciones infernales?

La Sierva de Dios censura con no menos fuerza las reuniones mundanas, es decir, todas las reuniones donde se profesan máximas o ejecutan obras contrarias a las enseñanzas del evangelio. Son verdaderas escuelas del demonio, de las que han de huir con horror todos los que quieren “entrar en el Sagrado Corazón, escuela del puro amor”.

A fin de inspirar a todas las almas que tienen el deseo de amar sinceramente al Sagrado Corazón una profunda aversión a estas obras tan odiosas a este divino Corazón, basta exponer la tierna e instructiva narración de algunas circunstancias de los primeros años de  Santa Margarita María.

Se lee en el breve de beatificación de la Sierva de Dios que: “Niña aún, favoreciendo los regocijos que suelen seducir a la infancia, buscaba los sitios más retirados de la casa, donde en recogimiento profundo honraba y adoraba a Dios. Ya joven, huía de la compañía de los hombres, y no tenía mayor felicidad que estar continuamente en las iglesias”.

Ella misma nos dice que su Primera Comunión tuvo por principal efecto inspirarla profundo disgusto del mundo.

“Durante todo el tiempo que mi hermana permaneció en la familia, escribe su hermano Crisóstomo, vivió con una regularidad edificante, despreciando las vanidades, los juegos y placeres de la juventud. Cuando nuestra madre pensó en colocarla en el mundo, quiso dejarla el cuidado de elegir las telas y la forma de los vestidos, creyendo que adoptaría las más bonitas y que eran más de moda; pero con gran asombro de toda la familia, Margarita escogió las más comunes. Con su fe de fervorosa cristiana, nuestra piadosa madre respeto los gustos modestos de mi hermana. Se presentaron varios partidos ventajosos para su colocación en el mundo; Margarita los rechazó con firmeza, pero tan cortésmente, que ninguno tuvo motivo de queja; antes al contrario, todos publicaron sus buenas cualidades y virtudes.

Era muy retirada, y huía  de todas las compañías donde pensaba que podía ofender a Dios; así cuando la invitaban  que fuera a  alguna de aquellas reuniones, siempre encontraba pretexto para excusarse.”

La Sierva de Dios, no obstante, confiesa con amargura de su alma que después de la muerte de su padre, cediendo a las amenazas tuvo la fragilidad de ponerse algunas veces los atavíos de la vanidad y presentarse en las uniones mundanas. Esta inocente alma  escribió más tarde, con esa exageración que la humildad inspira a los Santos:

“Yo cometí grandes crímenes; comencé, pues, a admirar al mundo, y a componerme para agradarle, procurando divertirme lo más que podía. Una vez, en tiempo de carnaval, estando con otras compañeras de disfraces por vana condescendencia ; lo que ha sido objeto de dolor y llanto durante toda mi vida, así como también la falta que cometí usando vanos adornos por el mismo motivo de complacer a las personas arriba citadas.“

“Pero Vos, Dios mío, único testigo de la grandeza y duración del horrible combate, que sentía en mí misma, y en el cual hubiera sucumbido mil y mil veces sin el auxilio extraordinario de vuestra misericordiosa bondad, Vos teníais designios muy diversos de los que yo abrigaba en mi corazón; me hicisteis conocer en está, como en otras muchas ocasiones, que me sería muy duro y difícil luchar contra el poderoso estímulo de vuestro amor; aunque mi malicia e infidelidad me hicieron poner en juego todas mis fuerzas e industrias para resistirle y apagar en mí sus inspiraciones. Pero todo era en vano, porque en medio de las reuniones y pasatiempos vuestro amor me lanzaba flechas tan ardientes, que traspasaban y consumían mi corazón completamente  y el dolor que sentía me dejaba si fuerzas.

Y no siendo un esto suficiente para hacer soltar su presa a un corazón tan ingrato como el mío, me sentía como ligada y arrastrada con cordeles, con tal fuerza, que al fin me era preciso seguir al que interiormente me llevaba a un sitio apartado, donde me hacía severas reconvenciones por estar celoso de mi miserable corazón, que sufría persecuciones espantosas. Pasado esto, volvía como antes a mis resistencias y vanidades. Después, a la noche, mi soberano Maestro me reprendía severamente. Todo esto se imprimía tan fuertemente en mí, y abría tan dolorosas llagas en mi corazón, que lloraba amargamente, y me sería difícil expresar cuanto sufría y lo que por mi pasaba.”

¿Quién no admirará  a esta joven del mundo, que deja de vez en cuando en secreto las diversiones, donde el temor a los malos tratamientos de parientes ciegos la retenían a pesar suyo, iba a suplicar y llorar a parte por algunos instantes? ¿Quién no se asombrará de oír a este inocente alma acusarse de haber cometido “grandes crímenes” y a nuestro Señor mismo dirigirla quejas y reconvenciones?   ¿Qué había hecho? ¿Se había adornado con atavíos y modestos y frecuentado reuniones licenciosas? No. Cediendo al temor y a las amenazas, “había consentido mirar al mundo, en ponerse vanos adornos y frecuentar reuniones mundanas”. Tales eran “esos grandes crímenes” que lloró amargamente todo el resto de su vida.

¡Qué motivo de  confusión y temor para esos cristianos y cristianas que, no contentos con los vestidos sencillos, modestos y conformes con su condición, son esclavos de todas las modas, y que llevados del atractivo del placer, se presentan y consideradamente en las más peligrosas reuniones!

A llevar sobre sí los que la Santa llama “librea de Satanás”, y sobre todo, al hallarse en esas reuniones licenciosas de los placeres y entretenimientos mundanos, si les fuera concedido como a la Sierva de Dios ver y oír a nuestro Señor, ¿Podrían soportar las amargas quejas, las severas reconvenciones y quizás las terribles amenazas del divino Maestro?

A esas almas ciegas por el atractivo de la vanidad y del placer, que procuran conciliar dos cosas irreconciliables, el amor del mundo y el amor del Sagrado Corazón, a esas dirige la Santa este apremiante llamamiento:

“Largo tiempo has vivido para el mundo:

                                    Renuncia al fin su mentiroso encanto .

                                   Sólo será tu bienestar profundo

                                   El Corazón de Cristo Sacrosanto.”

¡Oh cristianos!, ¡oh cristianas!, que aspiráis a ser contados entre los amigos del Sagrado Corazón; jamás tendréis esa dicha, si vuestro corazón está cautivo de “los adornos vanos, malditas libreas de  Satanás, y gustáis mirar al mundo, sus compañías y diversiones”.

2º Desprendimiento de la familia.

 

Para llegar a la unión perfecta con el Corazón de Jesús, no basta el desprendimiento del mundo; es preciso, además, practicar el  desprendimiento en cuanto a la familia, no dejando de amar a nuestros parientes, sino amándolos como Jesús amó a su Madre y a su Padre nutricio, es decir por Dios y según la divina Voluntad.

Es de notar que todas las palabras de nuestro Señor a su Santísima Madre, citadas en el evangelio, respiran, no ternura filial, sino despegó de los parientes. Recuérdense las contestaciones dadas por Jesús a María en el templo, en Caná, ante las multitudes reunidas, y por último, sobre el Calvario. ¿Por qué no han referido los evangelistas las palabras de afecto que, ciertamente, debió dirigir nuestro Señor a su Madre?  Es que habiendo vencido el divino Salvador al mundo para servirnos de modelo, no tenía que enseñarnos los aspectos de su Corazón para con su Madre, por ser este sentimiento fruto de la naturaleza; pero era preciso que nos enseñara, sobre todo con su ejemplo, la necesidad del desprendimiento de los lazos de la carne y la sangre.

Santa Margarita practicó el desprendimiento respecto su familia en su entrada al Convento de la Visitación y en otras varias ocasiones, desde el día que puso el pie en la entrada del convento de Paray, murió a todos los afectos terrenos.

El desprendimiento de la familia que reclama al Corazón de Jesús de aquellos que quieren dedicarse a su servicio, tiene diversos grados:

A los cristianos destinados a vivir en el seno de su familia, el divino Corazón les pide únicamente atención vigilante para no permitir contristarle ni siquiera con ligeras faltas, por agradar a sus parientes. Acabamos de oír las severas reconvenciones que nuestro Señor dirigió a Santa Margarita y que ella se hizo a sí misma, por haber consentido en presentarse en las reuniones mundanas por condescendencia hacia algunos miembros de su familia.

A los que son llamados a consagrarse a Dios en la vida religiosa o en el sacerdocio, el Sagrado Corazón les pide mucho más; quiere un desprendimiento interior absoluto, y de ordinario separación exterior. Es preciso que deje a su padre, a su madre, sus hermanos y hermanas para seguir a Jesús; que depongan todo cuidado sobre los intereses temporales de su familia, para no ocuparse más que de los intereses de Nuestro Señor que deben reemplazar a toda otra cosa.

Del libro El Reinado del Corazón de Jesús (tomo 1), escrito por un P. Oblato de María Inmaculada, Capellán de Montmartre. Publicado en Francia en 1897 y traducida por primera vez al Español en 1910.