El Corazón de María, corazón de la nueva Eva(II)

Corazón de Jesús y de María

P.Cándido Pozo

La nueva Eva y la colaboración en la obra salvadora

Pío XII, en la constitución apostólica  Munificentissimus Deus, afirmaba que los Santos Padres, ya desde el siglo Toboso, proponían a María como nueva Eva, estrechamente unida al nuevo Adán en la lucha contra el demonio. Ello implica no sólo una dotación de los orígenes del tema patrístico de María, nueva Eva, sino también la atribución El tema, ya desde sus orígenes, de un sentido muy determinado: el de una cooperación con Cristo en la obra de la salvación.

En efecto, ambas afirmaciones corresponden exactamente a la situación de la investigación patrística. La consideración de María como nueva Eva aparece, por vez primera, en san Justino en su diálogo con el judío Trifón, y, por cierto, en un contexto de cooperación a la obra salvadora en paralelismo antitéticos con respecto a la cooperación de Eva en el pecado. “Porque Eva, siendo virgen e incorrupta, habiendo concebido por la palabra salida de la serpiente, dio a luz desobediencia y muerte; y María, la virgen, habiendo concebido fe y alegría al darle el ángel Gabriel la buena nueva de que el Espíritu        del Señor vendría sobre ella y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra, por lo que también lo engendrado de ella, Santo, sería Hijo de Dios, respondió: hágase para mí según tu palabra. Y de ella nació Aquel de quien hemos demostrado que hablaron tantas escrituras, por quien Dios destruye la serpiente con los ángeles y hombres que se le asemejan, mientras que libra de la muerte a quienes se arrepienten de sus malas acciones y creen en Él “. Como se ve, tras una mención explícita de la primera Eva, de su actitud frente a la serpiente y de los frutos desastrosos de esa actitud, se presenta, como antitética, la figura de María. La escena de su vida explícitamente aludida es la Anunciación, en la que responde al ángel con las palabras de su misión total de Lc 1,38; fruto de ellas es el nacimiento de Aquel por quien Dios destruye a la serpiente y libera de la muerte a los que se convierten y creer en Él, es decir, en el Salvador.

Es bien conocido que el tema reaparece en seguida en san Ireneo y en Tertuliano. En san Ireneo es característica la fórmula “abogada de Eva”, referida a María, que aparece dos veces en sus escritos. “Si aquella había desobedecido a Dios, esta fue persuadida para que obedeciera a Dios, de modo que la virgen María se hiciera abogada de la virgen Eva”. “Para que una virgen, haciéndose abogada de una virgen, destruyera y aboliera la desobediencia de una virgen”. En ambos casos, la palabra griega que, tanto en el texto latino del Adversus haeres como en el armenio de la Epideixis, ha sido traducida por “abogada”, parece haber sido Parácletos. En todo caso no sería inútil advertir que es necesario evitar una interpretación apresurada del término “abogada”, el cual podría sugerir, la primera vista, la idea de intercesión de María. La atribución a la nueva Eva de una cooperación en nuestra salvación por su actividad intercesora es, como veremos, posterior. En los textos de san Ireneo, el contexto del término “abogada” es siempre la Anunciación, en la que la Virgen obedece con su “si”, de modo paralelamente opuesto a como Eva, seducida por la serpiente desobedeció al precepto de Dios en el paraíso. Por eso, ha podido comentar J. A. de Aldama: “no es que haya intercedido por ella, que haya salido por ella, que haya hecho valer algunos méritos a su favor. Es sencillamente que ha realizado lo contrario de lo que hizo beba y de ese modo ha destruido su obra (ha deshecho el nudo trabajando en sentido contrario); por lo cual ha conseguido rectificar también las funestas consecuencias de la desobediencia de Eva”.

Por su parte, Tertuliano afirma: “En Eva todavía virgen  se había deslizado la palabra constructora de muerte; igualmente había de introducirse en la virgen la palabra (el Verbo) de Dios, constructora de vida: para que lo que por este sexo (femenino) se había separado para la perdición, por el mismo sexo fuera traído a la salvación. Eva había creído a la serpiente; María creyó a Gabriel. Lo que pecó   aquélla creyendo, lo borro esta creyendo”.

Las afirmaciones de san Justino, san Irineo y Tertuliano se producen en un arco temporal muy corto y con una sorprendente sintonía temática. Como no es fácil pensar en dependencias directas sucesivas, todo hace suponer que el tema sería anterior a Justino. Dada la antigüedad de los testimonios, de esta constatación a afirmar la existencia de una tradición apostólica sobre el tema de María nueva Eva no hay más que un paso. J. A. de Aldama piensa que en la base de esa tradición apostólica podría encontrarse el complejo entramado que interrelaciona el relato de la Anunciación en Lucas, el cuarto Evangelio, el Apocalipsis C. 12 y el Génesis (tanto 3,15 , es decir, el texto del protoevangelio, como 3,1 –6).

La hipótesis es tentadora. Sin embargo, confieso mi perplejidad frente a ella. Precisamente ya Tertuliano es desconcertante. A la vez que, como hemos visto, tiene claras afirmaciones sobre María como nueva Eva, en otras ocasiones aplica el tema a la Iglesia; incluso en un notable pasaje aparece el tema aplicado simultáneamente a María y a la Iglesia: “Sabía (Dios) que el sexo de María, y después de la Iglesia, iba a aprovecharle (a Adán)” . Además, no puede ignorarse la impresionante antigüedad de la tradición sobre la Iglesia nueva Eva, que se encuentra, por vez primera, en la llamada segunda epístola de Clemente y que es, en realidad, una homilía del siglo II de autor desconocido.

Ello me hace sospechar que el punto de partida debe colocarse en 1 Cor 15,45, con su presentación de Cristo como el “último Adán”. Desde allí, la tradición primitiva habría tenido conciencia de la existencia de una figura de mujer, de una nueva Eva junto al nuevo Adán, colaboradora con Él en la obra salvífica, de modo análogo a como la primera lo fue en el pecado. Quizás haya sido éste el primer dato trasmitido. Sería la idea que san Ireneo expone de modo al abstracto y que se ha convenido en llamar “principio de recirculación”. Dicho más en concreto, la traición primitiva habría conocido que entre la obra de perdición y la obra salvadora ha existido un paralelismo antitético, el cual implica que de la misma manera que junto Adán existió la figura de Eva que cooperó con él en el pecado, también junto a Cristo hubo una figura femenina colaboradora en su obra. Sin embargo, esta figura femenina no se encontraría determinada con toda concreción en la tradición primitiva, lo que explicaría la aparición prácticamente simultánea de la referencia a María y de la referencia a la Iglesia, y las oscilaciones en el interior de un mismo autor como en el caso de Tertuliano. Lo demás, la existencia de la doble aplicación del tema desde sus mismos inicios tiene un hondo significado teológico. ¿No es María –al menos en muchas de sus dimensiones –prototipo de la Iglesia? ¿no se superponen, según la exégesis más probable, ambas figuras en él c. 12 del Apocalipsis? ¿no hay un profundo sentido eclesial incluso en la proclamación de María, hecha por Cristo desde la cruz, cómo Madre espiritual nuestra? No se olvide que María es dada al discípulo como la verdadera “Madre –sión” ; y que así quedan simbolizadas las dos dimensiones esenciales de la Iglesia: la dimensión maternal de la Madre Iglesia en María y la dimensión de acogida en el discípulo. En que representa otra forma de tradición, resulta sugestivo que un contemporáneo de san Ambrosio, Cromancio de Aquileya, designará a la Iglesia como “casa de María”. A propósito de la ida de Pedro, después de su liberación de la cárcel, a la casa de María, la Madre de Juan-marcos (hechos 12, 12), y jugando con la identidad de nombre con la Madre de Jesús , comenta que sólo podemos evadirnos de la cárcel, es decir, del error de este mundo, si somos visitados por el Señor mediante el ángel, “ y entonces venimos a la casa de María, a la Iglesia de Cristo, donde habita María la Madre del Señor”.

Y todo caso, volviendo al primer periodo de la tradición, debe señalarse que al aplicar el tema de la nueva Eva a María y a la Iglesia, no sé dice exactamente lo mismo en los dos casos. Sin duda, en los dos está subyacente la idea de “Una ayuda semejante a él” de Gén 2,18, es decir, se afirmaba una colaboración tanto de María como de la Iglesia con Cristo en su obra salvadora. Pero expresiones aparentemente paralelas, como, por ejemplo, “la salvación por María” y “la salvación por la Iglesia”, no tienen el mismo significado.

En el primer caso, la expresión se refiere al hecho de habernos dado a Cristo a través de la libre aceptación de la Encarnación redentora, al hecho de haber traído al mundo el verdadero fruto de la vida; pero no significa todavía entonces una participación directa de María en la aplicación de las gracias de la Salvación, como podría ser la que se atribuyese a la intercesión actual de María. En este sentido será necesario entender la frase lapidaria de san Jerónimo: “La muerte (nos viene) por Eva, la vida por María”. Y lo mismo debe decirse de otras frases semejantes.

La segunda expresión, “La salvación por la Iglesia”, Es sinónima del principio teológico “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Con ella se alude a la aplicación inmediata de los frutos de la redención; El término así aludido es la acción salvadora a través de los siglos, en la que la Iglesia coopera con Cristo distribuyendo las gracias que los hombres recibimos de ella. Este es el sentido de las palabras de san Irineo : “Del cual (del espíritu) no son partícipes todos aquellos que no corren a la Iglesia. (…) Porque dónde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la gracia”. O el de estas otras de san Cipriano: “De ella (de la Iglesia) nacemos, con su leche somos nutridos, con su espíritu somos animados. (…) Ya no puede tener a Dios como Padre el que no tiene a la Iglesia como madre”.

Poco a poco, sin embargo, el mismo hecho de que un tema común –la nueva Eva – se aplicaba dos figuras diversas, tenía que llevar a reflexionar sobre esas dos figuras y a comparar las entre sí. A los dos paralelismos tradicionales –Eva María y  Eva- Iglesia, se va añadir un tercero, que jugará un papel teológico importante de puente: María-Iglesia. Quizás este paralelismo estaba implícito en la situación primera de la tradición primitiva y en el hecho mismo de la doble referencia del tema de la nueva Eva precisamente a María y a la Iglesia. En todo caso, el punto de partida de esta comparación explícita hay que colocarlos en san Ambrosio.

Los resultados de esta reflexión comparativa son del mayor interés. De ella, la figura de María sale enriquecida. Se toma conciencia de que ella, paralelísticamente con la Iglesia, tiene también una función en la aplicación de las gracias; se toma conciencia de su función intercesora. Hay una transferencia y atribución a María del campo que primeramente se reservaba la cooperación de la Iglesia. Si a lo largo de los siglos la Iglesia colabora con Cristo en la aplicación de las ganancias a los hombres concretos, sobre todo mediante su acción sacramental, también María interviene a través de todo el curso de la historia en la aplicación de las gracias con su acción intercesora.

La toma de conciencia de que María intercede, tiene correlación con el nacimiento y el desarrollo del culto a María. Ese culto (en un sentido propio) no puede demostrarse como existente en los dos primeros siglos. Pero oraciones a María –pienso, sobre todo, en la popularísima bajo tu amparo –existen antes del concilio de Efeso. Aproximadamente contemporáneo del papiro en que se encontró esta plegaria es el grafito con  el saludo “Ave María” en griego, descubierto, no hace mucho, en la sinagoga judeo-cristiana de Nazaret. San Gregorio Nacianceno pone una oración dirigida a María en labios de una virgen llamada Justina, que estaba en peligro de perder su virginidad. Aparte de este culto privado, surgen el siglo V la primera fiesta litúrgica de la virgen, el “Día de María Theotokos”.             Ya antes de esta fiesta, hacia la mitad del siglo IV, ha de situarse la introducción de la mención de María en oriente en el canon de la misa. No pretendo hacer aquí una historia del culto María, que se desarrolló extraordinariamente después del concilio de Efeso. Me interesa sólo fijar sus comienzos. Y esos comienzos están en relación con la toma de conciencia de la función intercesora de María, como fruto de la reflexión comparativa entre María y la Iglesia (las dos realidades a las que desde el siglo II se venía aplicando el tema de la “nueva Eva”). Más aún, hablando con mayor exactitud en la medida en que lo permiten los datos que poseemos, habría que decir que el culto o es un poco anterior a la reflexión indicada. Sería un caso más en que la vida se ha adelantado a la teología, fenómeno que en mariología no es infrecuente.

Por el contrario, la figura de la Iglesia no salió enriquecida de la reflexión. No se le atribuyó, como resultado de ella, una cooperación en la acción por la que Cristo nos adquirió las ganancias. No era posible una atribución en esta línea. La Iglesia ha comenzado a existir como consecuencia de esta acción de Cristo, y es obvio que la Iglesia no ha podido cooperar en la obra a la que debe su existencia o, más claro aún, no ha podido cooperar antes de existir.

En todo caso, me interesaba Primariamente mostrar cómo, Partiendo de una conciencia de que la nueva Eva, María, había tenido una cooperación activa y libre en la obra salvadora con El “Sí” dado al ángel en la Anunciación, se llegó a la conciencia de fe de que también María sigue, igualmente como nueva Eva, Colaborando con Cristo, nuestro abogado ante el Padre (cf. 1 Jn 2,1) y siempre vivo para interceder por nosotros (cf. Heb 7,25), Mediante su intercesión juntamente con Él ante el trono del Padre, a lo largo de la historia.

Muy posterior es la atención al doloroso “Sí” de María junto a la cruz, el cual es, al menos, el mantenimiento fiel y perseverante del “Sí” de la Anunciación, que tendría, de este modo, como mínimo, su mismo valor y sentido. Si no me engaño, el primer testimonio conocido se encuentra en el siglo XII, en Ruperto de Debut (†1129). Con ello se daba un paso válido que completaba definitivamente la figura de María nueva Eva.

El corazón de la nueva Eva

 

Volviendo a los primeros testimonios explícitos sobre el tema de María nueva Eva, es necesario centrarse, de nuevo, en la escena de la Anunciación que todos ellos evocan. Dentro de esa escena, “san Justino había orientado ya a la atención hacia la santidad de María al subrayar su fe y docilidad a Dios, en contraposición con la Incredulidad y la desobediencia de Eva”. San Ireneo, al elaborar más reflejamente el paralelismo antitético entre María, nueva Eva, y la primera Eva, va a desarrollar ulteriormente este pensamiento. Como a subrayado J. A. de Aldama, “San Ireneo, en efecto, hace destacar tanto en la figura de María la docilidad, la sumisión a la palabra divina, que parece proponer en ella un verdadero modelo de santidad. Es imposible dar un consentimiento a la voluntad de Dios rodeado de tan extraordinarias cualidades sin una santidad personal del todo excepcional y única”.

“A la que Él (Cristo) hizo pura”, afirma san Ireneo en un conocido pasaje del Adversus haereses. Se trata de un párrafo que he leído en su complejidad No carece de problemas: ¿Afirmación o no de parto virginal?; ¿Purificación desde el comienzo de la existencia de María o preparatoria de la concepción virginal? … Sin desconocer la existencia de estos problemas, quiero afirmar que en este momento no entran en la óptica de mis preocupaciones. Me interesa la nueva Eva en el evento histérico de la anunciación, es decir, la escena a la que los primeros testimonios de este tema mariano hacen siempre referencia. Allí la nueva Eva aparece pura, santificada por la gracia de Aquel que de Ella iba a nacer; la nueva Eva, “que regenera los hombres para Dios”, como dice allí mismo San Ireneo, es santa.

Todo ello, aparece que los actos concretos de fe y obediencia de María en la Anunciación tienen un sustrato de su santidad permanente. Cuando más tarde San Agustín intérprete la colaboración de María como colaboración de caridad, de amor, se habrá dado un paso decisivo. El corazón el símbolo del amor. Habrá que decir que la cooperación de María brota de su corazón, entendido como su actitud permanente de amor. Se comprende entonces la formulación del Concilio Vaticano II, que es, al menos Ideológicamente, patrística: María “en la Anunciación del ángel acogió al Verbo de Dios con el corazón y con el cuerpo, y trajo la Vida al mundo”. Con su Corazón, antes que con su actividad biológica, es como María realizó la Encarnación del Verbo, y nos trajo al Salvador y con Él la salvación.

Conclusión

 

El corazón de la nueva Eva significa la actitud permanente de caridad y amor, que María colabora en la obra de la redención. Ese amor tiene su primera expresión en la respuesta al ángel, de entrega total A la voluntad salvífica de Dios. El “si” de María no es sólo la aceptación, por parte suya, de ser Madre física del Mesías. En toda maternidad verdaderamente humana, es decir, que supere el nivel de lo meramente animal, el destino de la madre y el destino del hijo quedan inseparablemente ligados. Las alegrías y los dolores del hijo serán también alegrías y dolores de la madre. En el caso de María, la aceptación de comunidad de destinos se hizo de modo tanto más consciente cuanto que las palabras del ángel contienen la descripción de un programa. El “sí” de María ulteriormente preservado y se mantiene a lo largo de su vida, y culmina al pie de la cruz En medio del sufrimiento del Hijo sentido vivamente en su propio Corazón materno. Finalmente se prolonga En su solicitud de Madre, que, asunta al cielo, sigue intercediendo por nosotros, sus hijos. Nos olvidemos que María asunta es una persona resucitada. Su realidad corpórea hace que se pueda hablar de su Corazón con todo el realismo existencial de un corazón vivo y palpitante que, en cuanto tal, es símbolo y expresión de su amor actual, plenamente humano, hacia Dios y hacia nosotros. Desde este punto de vista, el dogma de la Asunción de María permite comprender por qué la Iglesia da culto, como corazones vivos, Sólo a dos Corazones: el de Jesús y el de  María, los Corazones de aquellos de los que sabe que son dos resucitados. Por otra parte, ofrece también un motivo más –ciertamente no el único ni el más importante –por el que la intercesión de María se encuentra un nivel superior que la intercesión de los otros santos. No olvidemos que, en el caso de los santos, son sólo sus almas las que durante el decurso de la historia interceden por nosotros. Ya Tertuliano llamaba a la inmortalidad del alma “Media resurrección”, y al alma misma  que sobrevive, “Medio hombre”; Precisamente de esta incomprensión teológica del alma despojada del cuerpo deducía que, al final de la historia, habría de haber una resurrección: “Pero ¡Que indignó sería de Dios llevar medio hombre a la salvación!”. Sólo Cristo resucitado y María asunta interceden con toda su realidad humana existencial.

El Concilio Vaticano II, mirando a la nueva Eva como Madre de los vivientes en Cristo, ha expresado su rica actividad materna en un párrafo de maravillosa síntesis:  ”Está maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin interrupción desde el consentimiento que prestó fielmente a la Anunciación, y que mantuvo sin vacilación a los pies de la cruz, hasta la perpetua consumación de todos los elegidos. Pues asunta a los cielos no ha depuesto esta función salvífica, sino que su intercesión reiterada continúa obteniendo los dones de salvación eterna”. Sólo hay que añadir con palabras de Juan Pablo II, quien ha desarrollado el tema en la encíclica Dives in misericordia,  que todo ello es una participación del Corazón de la Madre del crucificado y del resucitado en la obra salvífica del Hijo, obra salvadora de Cristo a la que dio valor moral y respaldó el propio corazón del Señor. Se trata de la obra salvadora que el mismo Juan Pablo II había descrito en la encíclica Redemptor hominis con estas palabras: “la redención del mundo –ese misterio tremendo del amor, en el que la creaciones renovada- es en su raíz más profunda la plenitud de la justicia en un corazón humano : en el Corazón del Hijo primogénito para que pueda hacerse la justicia del corazón de muchos hombres, los cuales precisamente en el Hijo primogénito han sido predestinados desde toda la eternidad a ser hijos de Dios, y llamados a la gracia, llamados al amor”.