El Corazón de Jesús y la misericordia de Dios

       San Juan Pablo II. Encíclica Dives in misericordia, n. 13, 30 de noviembre de 1980. 

            La Iglesia debe profesar y proclamar la misericordia divina en toda su verdad, la cual nos ha sido transmitida por la revelación. En la vida cotidiana de la Iglesia, la verdad acerca de la misericordia de Dios, expresada en la Biblia, resuena, cual eco perenne, a través de numerosas lecturas de la Sagrada Liturgia. La percibe el auténtico sentido de la fe del Pueblo de Dios, como atestiguan varias expresiones de la piedad personal y comunitaria.

           Sería ciertamente difícil enumerarlas y resumirlas todas, ya que la mayor parte de ellas estan vivamente inscritas en lo íntimo de los corazones y  de las conciencias humanas. Si algunos teólogos afirman que la misericordia es lo más grande entre los atributos y las perfecciones de Dios, la Biblia, la Tradición y toda la vida de fe del Pueblo de Dios dan testimonios exhaustivos de ello…

            “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (cf. Jn.14, 9-10). La iglesia profesa la misericordia de Dios, la Iglesia vive de ella en su amplia experiencia de fe y también en sus enseñanzas, contemplando constantemente a Cristo, concentrándose en Él, en su vida, y en su evangelio, en su cruz y en su resurrección, en su misterio eterno. Todo esto que forma la “visión“de Cristo en la fe viva y en la enseñanza de la Iglesia nos acerca a la “visión del Padre” en la santidad de su misericordia. La Iglesia parece profesar y venerar la misericordia de Dios, sobre todo cuando se dirige al Corazón de Cristo. En efecto, precisamente al acercarnos a Cristo en el misterio de su Corazón, se nos permite detenernos en este punto,-central en un cierto  sentido, y al mismo tiempo más accesible en el plano humano-, de la revelación del amor misericordioso del Padre, que ha constituido el contenido central de la misión mesiánica del Hijo del Hombre.    La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia, -el atributo más estupendo del creador y redentor, -y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de la que es depositaria y dispensadora.