Armas que se han de emplear en el combate espiritual

Convate entre el Angel y el demonio

Santa Margarita indica seis armas principales para esta lucha.

1._ La primera y más poderosa de todas, es la práctica de la devoción al Sagrado Corazón, y el recurso a este divino Corazón por medio de una confiada y perseverante oración.

“Satanás, escribe Santa Margarita, está furioso al ver que por el medio saludable de la amable devoción al Sagrado Corazón se le escapan muchas almas que él creía ya poseer. Os aconsejo, pues que acudáis al Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo, si queréis triunfar de vuestros enemigos y hallar la fortaleza y consolación que necesitáis, lo que no os negará, si se lo pedís.”

Escribiendo la Sierva de Dios a una religiosa ursulina para sostenerla en medio de las luchas diarias de la vida espiritual, le decía: “Dios no nos negará en su misericordia las fuerzas necesarias para vencer vuestras repugnancias al bien y para superar vuestras pequeñas fragilidades, que os alejan con tanta frecuencia de Él y de nuestras obligaciones religiosas. Mas acudamos a su amorosa bondad con confianza y no nos abandonará, porque desea hacernos bien, y siempre está pronto a recibirnos, con tal que acudamos humildemente a Él, si por desgracia nos hubiéramos apartado por poco que haya sido.”

A las diversas prácticas de la devoción al Sagrado Corazón, que son otros tantos dardos temibles a los enemigos de nuestra salvación, aconseja la Santa añadir el empleo de otros muchos medios.

2._ Ante todo manda que el devoto del Sagrado Corazón tome enérgicas resoluciones y se trace un reglamento de vida dos ésta es la segunda arma para el combate espiritual.

“Para ser enteramente de Dios, escribía a varias personas negligentes, no se necesita más que un buen yo lo quiero. ¿A qué tantas razones y disputas para cumplir vuestras resoluciones? estas me parecen tan útiles para vuestra perfección, que sin ponerlas en práctica no haréis gran progreso en la virtud. Pero decís que esas resoluciones tienen a la naturaleza forzada y encogida. Por lo mismo, es preciso que las practiquéis  más firmemente, porque la naturaleza y la gracia no pueden existir y reinar juntas en un mismo corazón; una tiene que ceder el lugar a la otra, guardad, pues, inviolablemente esas resoluciones a pesar de la repugnancia que sienta la naturaleza. Id a Dios animosamente por la senda que él os ha trazado, siendo constantes en abrazar los medios que expresen, y por rudo que parezca a la naturaleza no los cambiéis jamás por otros de vuestra elección. Resistid, todos los ataques que experimentéis, pues nada conseguiréis sin trabajo; el premio sólo se da a los vencedores; ruego al Sagrado Corazón que seáis de este número.”

Para que nuestras resoluciones sean verdaderamente eficaces, la Santa no quiere que no nos contentemos con un deseo general de practicar todas las virtudes cristianas, sino que nos exhorta determinar de un modo preciso, en un reglamento particular, aquellas virtudes a que debemos dedicarnos y con qué actos hemos de ejercitarlas. Así lo hacía ella con sus novicias; hasta las señalaba el número de actos de virtud que debían cumplir cada día. En diversos avisos que las dirigía, se leen consejos tales como éstos:

“Para ganarnos la voluntad del Corazón de Jesucristo y corregiros, haréis todos los días, si queréis complacerme, tres actos de mortificación de vuestras precipitaciones, dos de vuestras repugnancias y cinco de humildad.”

3._ la tercera arma de combate espiritual es la vigilancia. “Velad, nos dice el Apóstol San Pedro, porque vuestro enemigo semejante a un león rugiente, os rodea buscando una presa. “

“Nuestro Señor, dice la Santa, no deja a nuestro enemigo que nos ataque, sino para que nosotros vigilemos continuamente ante el temor de ser sorprendido. Os aviso por consiguiente que estéis siempre muy alerta. Sed fieles en la práctica de la virtud, sin perder voluntariamente las ocasiones de ella, a fin de que Satanás no tenga ningún poder sobre vosotros para haceros ofender a Dios, quien os defenderá de sus ardiles, si le sois fieles.

Esperad con confianza todo auxilio de Nuestro Señor, sin que por esto convirtáis nada de cuanto está en vuestra mano para disponeros a recibir su gracia.”

Convate entre el Angel y el demonio

4._ La Cuarta arma del combate espiritual es la desconfianza de nosotros mismos. En efecto, nuestro más peligroso enemigo es uno mismo, puesto que nuestra grandeza viciada es inclinada de suyo a prestar auxilio a nuestros enemigos invisibles, y a facilitarles la entrada de nuestro corazón.

“No tengo más que deciros que esta palabrita, escribía la Santa a varias de sus Hermanas: ayudadas del Santo amor del Sagrado Corazón, tenéis que trabajar en el olvido de vosotras mismas. Sólo en la perfecta desnudez  de vosotras mismas y de todo lo que no es Dios, hallaréis la verdadera paz y felicidad; no teniendo nada, lo poseeréis todo en el Sagrado Corazón de Jesús, que de este modo quiere salvarnos. Tenéis, pues, que inclinar suavemente vuestro corazón al desprecio y al olvido de todo lo demás, y poner nuestra atención en lo que os ayude a esta desnudez y desprendimiento. Para esto, tened en soledad vuestros sentidos por medio de un santo recogimiento interior y desterrar todas las consideraciones inútiles sobre vosotras mismas; esas cavilaciones sólo sirven para turbaros y quitaros la paz del alma, sin la cual jamás podrá ser el santuario del Señor.“

Sin embargo, la desconfianza de nosotros mismos no debe degenerar en pusilanimidad: “Procuremos caminar siempre con la santa libertad de los hijos de Dios, conformándonos y uniéndonos a su santo amor y voluntad“

5._ La quinta arma que la Santa recomienda constantemente, sobre todo para el momento de tentaciones violentas, es el recurso al Crucifijo y el rezo de algunos salmos.

“Cuando estéis tentados, dice, en el rigor del sentimiento de vuestras penas y en todas vuestras necesidades, dirigiros al Corazón adorable de Nuestro Señor Jesucristo, aun cuando no sea más que abrazando vuestro Crucifijo si estáis solos o mirándole con humilde confianza, para demostrarle que todo lo espera y de su bondad, pidiéndole que fortalezca vuestra flaqueza, enriquezca vuestra pobreza y ablande la dureza de vuestro corazón, a fin de que éste sea capaz del puro amor de Jesús.

Si no estáis a solas, estrechar vuestra Cruz contra el pecho y decir: Oh Salvador mío, sed mi fortaleza, combatid por mí, pues no rehusó la batalla, con tal que vos seáis mi defensa, para no ofenderos, puesto que soy y quiero ser vuestro sin reserva.”

6._ La  sexta arma es para las personas habitualmente afligidas de tentaciones o penas interiores; la Santa estimaba este medio como recurso eficacísimo para sostener la voluntad durante el combate, en medio de la oscura noche, que la rodea con frecuencia.  Consiste en hacer con el Sagrado Corazón una especie de convenio de fidelidad he aquí la fórmula que propone la Sierva de Dios a estas almas atribuladas:

“Oh Dios mío, deseo y pretendo presentaros mi fidelidad en todo lo que voy a deciros : cuántas veces besaré o tocaré mi cruz, o pusiere la mano sobre mi corazón, quiero que éste os diga con cada movimiento, respiración y suspiro, que nada desea mas fuera de vos, y que se entrega total e irrevocablemente a vuestro amo. Hago esto para protestar que, con todo mi corazón, detesto y desapruebo todo cuanto haya en mi contrario a nuestro Santo Amor, y que aceptaría mil veces la muerte antes que consentir en ello voluntariamente, ¡Dios mío!, aniquiladme primero. Oh, mi Soberano Bien; lo hago para demostrarnos que acepto de buena gana Todas las disposiciones que   os plazca tomar, y que amo mi cruz por amor de Aquel que me la da, y que no deseo sino que se cumpla su santísima Voluntad “

7._ Séptima arma espiritual, contra la cual viene a fracasar toda la táctica del demonio, es una obediencia absoluta a los guías espirituales que el Señor nos ha dado. Nuestro Señor dijo un día a la Santa:

“Escucha, hija mía; no creas fácilmente a todo espíritu y no te fíes porque Satanás rabia por engañarte. No hagas nada sin aprobación de la obediencia, a fin de que no lo consiga, pues no tiene poder alguno sobre los obedientes.”

8._ Al empleo de los precedentes medios es preciso añadir serios y perseverantes esfuerzos personales, para ejercitarse en la práctica de las virtudes, sobre todo en la mortificación y humildad.

“ Ya sabéis, mis queridas Hermanas, decía Santa Margarita a sus novicias , que no hay término medio; que se trata de salvarse o perderse por la eternidad. Lo uno y lo otro depende de nosotros. Es preciso elegir entre amar a Dios eternamente en el cielo con los Santos, después de habernos hecho violencia, mortificándonos y crucificándonos aquí en la tierra, como ellos lo hicieron, o bien optar por renunciar a la felicidad, concediendo a la naturaleza todo lo que desea. Ya  lo veis, pues, es menester que seáis de aquellos violentos, que arrebatan el cielo por la fuerza. El Señor nos ama; si no fuera así, os dejaría mucho más tiempo hundidas en nuestras faltas.

Vosotras, por consiguiente, debéis abandonaros enteramente al poder y cuidado del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, uniéndoos a todos sus designios, sin preocuparnos de nada más que de ser valerosamente fieles en mortificaros bien y humillaros en todas las ocasiones que se os presenten.”

Las almas deseosas de llegar a la devoción al Sagrado Corazón, mediten las acciones e imiten los ejemplos de la Santa. ¡Dígnese ese divino Corazón concedernos a todos la gracia de comprender y, sobre todo, de practicar las enseñanzas que acaba de darnos por medio de su otros, sobre la necesidad de trabajar con fortaleza, para que desaparezcan los obstáculos que se oponen a su amor!

El alejamiento de estos obstáculos no es todavía el amor perfecto al Corazón de Jesús pero prepara el puesto a este amor. El cristiano géneroso y fuerte puede entonces decir a este Corazón Sagrado presentando su alma libre de todo pecado y apego excesivo a la criatura:¡Apresuraos !¡Oh divino Rey!¡Vuestro trono está preparado, venid y reinad en mi corazón por vuestro amor !

 

 

 

 

 

Del libro El Reinado del Corazón de Jesús (tomo 2), escrito por un P. Oblato de María Inmaculada, Capellán de Montmartre. Publicado en Francia en 1897 y traducida por primera vez al Español en 1910.