Vida del Beato P. Bernardo Francisco de Hoyos(XXIX)

Terribles temores que Bernardo
padeció de vivir iluso y engañado,
y cómo le serenó y consoló el Señor

Una de las fuentes de padecer que le había descubierto el Señor en tiempo de sus más regalados favores, eran los mismos dones de su liberal mano. Ahora se cumplió este anuncio profético. Porque se halló asaltado de una congoja y aflicción mortal de que estaba iluso y engañado, que tenía engañados a sus Directores, y que debajo de pecado mortal estaba obligado a desengañarlos, confesando haber sido ficción e ilusión todo cuanto les había referido y escrito como visión y revelación de Dios.

Con estos temores, congoja y aflicción examinaba Bernardo su conciencia por si descubría en ella estas ficciones que se le proponían. Miraba con grande atención los efectos que sus visiones, revelaciones y locuciones habían causado en su alma, y a su parecer los encontraba sólidos y cuales los desean los Maestros de la vida espiritual. Pero el Señor quería que su siervo fuese probado con esta grande aflicción, tan común en los Santos favorecidos con gracias extraordinarias[1].

No podía dejar de conocer que su espíritu procedía con sinceridad delante de Dios y de sus Directores. También daba a nuestro Señor humildes gracias por parecerle que su alma estaba algo aprovechada en la virtud. Todo esto conocía el humilde joven sin que le pudiese dar el más leve consuelo.

Las mismas ansias que tenía de no ser engañado le afligían más; y por permisión amorosa de Dios le metían en nuevos laberintos. Buscaba en los libros las señales de los espíritus ilusos y le parecía que todas le argüían y reprendían sus ficciones. Leyó en la Venerable Doña Marina de Escobar que hay almas verdaderamente ilusas, aunque sean en realidad virtuosas y ejerciten virtudes sólidas y actos de perfección. Doctrina que el Señor dio a esta Venerable señora, y como importantísima es digna de copiarse aquí.

“Hay algunas personas espirituales (dice Dª Marina de Escobar) que viven engañadas a este modo, que real y verdaderamente todas sus palabras son buenas y santas, y hablan mucho de Dios, y obran buenas cosas y virtuosas que dicen con el amor de Dios y bien del prójimo; pero son muy bulliciosas, cariñosas y apresuradas; nunca paran, ni sosiegan de obrar y hablar de esta manera: tienen éstas, según dicen, grandes sentimientos de amor e impulsos, hablas interiores, revelaciones, elevaciones, conocimiento de cosas sobrenaturales y ocultas y escondidas, que tocan a los prójimos, y dicen que conocen y entienden el estado de sus almas, y en qué pecado mortal están, y cosas semejantes, y creen y piensan, no sabiendo que se engañan, que todo lo que así sienten, oyen y entienden, saben y conocen interiormente, es Dios y verdades suyas.

Lo cual no es así; porque son estos embaucamientos sombras y figuras compuestas del demonio, de la imaginación y humores y natural, hecho e inclinado a aquel modo por este camino: que todo ello hace una apariencia y un remedo falso de las verdades de Dios, a la manera que pasa en los artificios de los juegos de manos, máscaras y cosas semejantes, que pareciendo que obran veras y verdades, son mentiras y cosas aparentes y fingidas que no tienen sustancia ni valor.

Esto pasa en estas personas espirituales que se engañan y engañan a otras, sin querer y sin malicia; y éstas no tienen clara explicación de sus cosas espirituales, porque no tienen verdadero fundamento. Viven por obediencia de sus confesores, los cuales por ventura no conocen bien sus espíritus; y así podrían no acertar a gobernarlas, porque estas tales personas tienen gran necesidad de ser conocidas de sus confesores muy de atrás, y que ellos hayan tenido mucha noticia de sus vidas, costumbres y caminos por donde han sido llevadas por el discurso de su vida, porque así acierten a encaminarlas.

Este freno de obediencia ha puesto Dios en las tales almas por su bondad para que no se despeñen y por el buen deseo que acaso su Majestad les ha dado de acertar con su voluntad; pero viven en mucho peligro, y así conviene que el confesor mire mucho esto, y les dé cien vueltas alrededor, como dicen, y las haga recoger, retirar, callar, obrar y tener oración ordinaria, y menos frecuencia de comuniones. Esta me parece que es la cura de las tales personas espirituales”. Hasta aquí la Venerable señora ilustrada del Señor para escribir estas sólidas doctrinas.

De ellas se valió el enemigo para afligir a Bernardo, a quien parecía que esta doctrina le venía muy justa. Por otra parte, se le representaba que no tenía virtud alguna que no fuese falsa, soñada y de su imaginación. Recurrió a su Padre espiritual para su dirección y consuelo. Pero dispuso el Señor que no le encontrase. Acudió a su celestial Director San Francisco de Sales y también halló cerrada esta puerta. Se postró, deshecho en lágrimas, a los pies de su dulcísima Madre María Santísima, y esta Madre de los afligidos y consuelo de los desconsolados hizo de la que no oía las lágrimas y suspiros de quien con tanta confianza la invocaba[2].

“Y así pasé hecho un mar de aflicciones agudas y penetrantes hasta más de una hora después de tocar acostar, que arrojado a los pies de mi Dios y de mi Madre María Santísima hallé algún alivio, aunque no del todo hasta el día de San Juan después de comulgar”.

El consuelo que le dio Jesús Sacramentado, luego que le recibió, fue muy singular. Se unió estrechamente el alma con su Amado; de quien oyó estas amorosas palabras:

“¿De qué te afliges? Ese mismo temor es la mejor prueba de que no vas errado”.

También le consoló este día en sus temores la Santísima Virgen, Madre de toda consolación. Se dejó ver a su siervo por visión intelectual y, después del consuelo que le causó esta amabilísima vista, le dijo:

“que no había de qué temer; que su Majestad era mi Madre y que cuidaba de mí, como de su hijo regalado; que siendo su Madre no permitiría lo que no permitiera mi madre natural, si estuviese en su mano”.

El amorosísimo Jesús, desde el corazón de su siervo, le hablaba acerca de los temores del día antecedente, y le daba soberanas inteligencias y doctrina para adelante.

Le dijo que desde ahora experimentaría frecuentemente este terrible torcedor de los temores de estar iluso y engañado; los cuales alternarían con el dulce martirio de los ímpetus: que así se purificaría su espíritu de la escoria de las imperfecciones; que estos temores eran de otra especie diversa de los que había sentido en otras ocasiones. Pues éstos se fundan solamente en temor y deseos de no ofenderle[3]. En los otros se mezcla algo de amor propio; que aquéllos turban la paz y éstos no; aunque, como cuchillo de dos filos, penetran y dividen lo más profundo e íntimo del alma. Finalmente, que estos temores son el don de temor de Dios, que comunica el Espíritu Santo, los cuales son el lastre y crisol de sus mayores amigos.

Oía Bernardo las celestiales palabras del Señor con la atención, reverencia y humildad que debía. Pero él mismo nos dirá cómo las oye, y qué respondió a la benignísima dignación de Jesús.

“Escuchaba mi alma atenta la dulzura del divino Jesús, y luego con afectos de fuego se explicó con su Amado con expresiones que, para que vuestra Reverencia se haga cargo de ellas, sólo las puedo explicar en el papel muertamente en estas cláusulas: Amado Dueño; yo abrazo y acepto con todo mi espíritu esta partecita de vuestra cruz con que me queréis regalar. Sólo deseo, divino Amor, estar pendiente de vuestra voluntad; y así me complazco y agrado de estos temores[4].

Ya he experimentado la actividad con que punzan y penetran el alma; y por entonces no me consuela lo que ahora me decís; pero deja esta vuestra doctrina en lo más secreto de mi corazón una esperanza segura y cierta de que sois el que me favorecéis con estas mercedes. Pero, amado Jesús, esta misma seguridad ¿es engaño?, ¿es ilusión?, ¿es aprensión? En todo puede haber engaño: el corazón me certifica que no tan firmemente que, si me hicieran pedazos, no pudiera ahora decir lo contrario; pero el deseo de no ofenderos me hace preguntaros así: Amado mío, conozco cuán peligroso y expuesto es el camino por donde voy, muchos se han perdido por él; y no lo deseo; desde luego, Jesús mío, de mi parte renuncio todos vuestros favores, sí aseguro amaros eternamente y no ofenderos; ponedlos, Señor, en uno de aquellos que vos me habéis mostrado se mostrarían más agradecidos, si en ellos los pusieseis. Señor, yo, si ingrato, no correspondo, quitad, quitad, amado Dueño mío, estas vuestras dádivas, que sólo han de servir, según mi mala correspondencia, de agravar mi ingratitud. El camino llano y seguro de vuestros mandamientos y de mis reglas quiero: aquí no hay precipicios, aquí no hay riesgos. Vos, que fuisteis por los trabajos, llevadme a mí por aquí[5].

Pero ¡ay amor! ¿Qué es lo que digo? Perdonadme, Señor, perdonadme estos arrojos de amor. Yo no quiero escoger camino; llevadme Vos por donde fuere vuestra voluntad. ¿Qué sé yo lo que me conviene? Ni este, ni otro camino elijo, sino sólo elijo el no elegir, quiero no querer; y sólo deseo estar con suma indiferencia en vuestras manos.

Así se explicaba mi alma; y aunque pedía otro camino, en su interior y allá en lo más íntimo de sí misma, veía que este es el camino que a mí me conviene, y así me parece no podía hacer tal renunciación, sino con cierto modo de precisión. Toda esta represa de afectos oía el divino Amor Jesús con mucha complacencia, y luego me respondió a todo lo que mi corazón había insinuado, diciéndome etc.”.

A estas amorosas expresiones de Bernardo significó Jesús su divina complacencia mostrándole que le agradaba su indiferencia. Porque ésta tenía su origen en el amor y no en la propia voluntad de elegir camino a su gusto: que esta indiferencia amorosa le confirmaba en la determinación de continuar en favorecerle.

Le dio a entender que así era verdad, que algunos se habían perdido por el camino arduo y difícil que él llevaba. Pero que ellos habían abusado de los favores divinos: que, si él quería no ser engañado, guardase siempre su doctrina y tuviese por antemural el camino seguro de los mandamientos y de las reglas de su estado. Que le daba su palabra de no dejarle errar tan miserablemente. Que, si en alguna cosa accidental de su camino hubiese yerro, su divina luz asistiría a sus Directores para que le guiasen con acierto. Que le pidiese continuamente que asista a sus Padres espirituales con su divina luz, clamando muchas veces en su oración con aquellas palabras: “les enseñarás el camino bueno por el que deberán andar”; “dirige mis pasos en tu presencia”.

Estas amorosas promesas de Jesús consolaron al afligido joven y le alentaban a perseverar en su extraordinario camino. Continuaron los singulares favores con que el Señor estaba empeñado en favorecer a su siervo. El día de renovación de los votos estaba en posesión de llenar de gracias muy singulares el alma de Bernardo.

Apenas se descubrió el Santísimo Sacramento para que los renovantes empezasen a renovar su sacrificio, cuando Bernardo tuvo una maravillosa visión intelectual, que él llama confusa; porque no se le declaraba el objeto con la claridad de otras ocasiones; aunque poco tiempo después se descubrió muy clara. Vio a la Santísima Trinidad, a Cristo Señor nuestro y a María Santísima cortejados de innumerables ángeles. Esta maravillosa visión tenía absorto su espíritu cuando, al llegar el tiempo de renovar, oyó esta voz dulcísima de su Amado: “Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente, paloma mía”.

En estas palabras cifró el Señor la renovación que deseaba de su siervo en tres uniones u ofertas que había hecho a su Majestad: La 1ª y sustancial era la de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. En esta renovación gozó Bernardo los favores que en otras ocasiones; y es preciso omitir, para hablar de las otras dos renovaciones que le pidió Jesús en esta ocasión.

Era, pues, la 2ª del amorosísimo Desposorio, de que hemos hablado; se renovó entre el Divino esposo y el alma de Bernardo con esta expresión: “tengo complacencia de lo que prometí, y renuevo mi complacencia y promesa”. En estas tres palabras se cifraron los amorosos secretos, que no llega el entendimiento a comprender bastantemente.

Luego volvió los ojos del alma este felicísimo renovante a su dulcísima Madre María Santísima y renovó la carta de filiación con un afecto solo. La Reina amabilísima de los cielos hizo una como renovación de su dulce Maternidad para con Bernardo. Entonces dijo Jesús a su Santísima Madre, señalando a su siervo: “Ahí ves a tu hijo”. A éste: “Ahí ves a tu Madre”. Entendió Bernardo estas palabras en sentido muy diverso del que tienen aplicadas a todos los fieles, hijos adoptivos de María.

Conoció que eran palabras operatorias, que hacen lo que dicen; así como las palabras de la consagración: “Esto es mi Cuerpo”, hacen lo que dicen o significan. Símil de que se vale San Pedro Damiano[6] para explicar la filiación de San Juan Evangelista. “El bienaventurado San Juan (dice el Santo) no sólo tuvo el nombre de hijo; mas por las palabras del Señor, mereció conseguir cierto sacramento de parentesco”. Este favor recibió, con alguna proporción, nuestro devotísimo joven.

Entre las inexplicables ternuras y afectos que se pueden pensar, se hallaba el espíritu de Bernardo cuando sintió que, desapareciendo los ángeles y los santos, quedaron Jesús, María Santísima y San Francisco de Sales con Bernardo, a quien querían hacer nuevos favores.

“Miraba a Jesús unas veces como a Dios y me espantaba su grandeza; otras como a esposo, y confuso me abrasaba en su amor; ya como a hermano, y todo amoroso me aniquilaba en mi nada”.

Se le ofreció, como amoroso, y afecto y extático decir a Jesús:

“¡Oh quién me diera veros, hermano mío, estar mamando los dulces pechos de mi celestial Madre!”

Al instante vio por visión imaginaria al divino Niño Jesús hermosísimo, tomando el pecho de su dulcísima Madre. Miraba a Bernardo el Niño divino con aquellos ojos que hacen bienaventurados;

“y apartando su boquita hermosa del pezón del virginal pecho, exprimió un rayo de aquella sagrada leche que dio en mi corazón rociándole y dejándole hermoseado. Me pareció se me comunicaba en alto grado el espíritu de dulzura y suavidad como a mi San Bernardo y, aludiendo a esto, me dijo mi dulcísima Madre, cuando su divina leche rociaba mi corazón, esta amorosa palabra: «¡Bernardo, hijo mío!», la que no puedo pronunciar ni acordarme de ella sin dulces lágrimas[7]. En esta palabra se cifraron mil favores”.

A este singularísimo favor pudiera añadir los muchos que se continuaron hasta el año de 1733. Pero bastará decir que se repitieron en los días de Santa Teresa de Jesús, solemnidad de Todos los Santos, San Estanislao de Kostka, Patrocinio de María Santísima, día de San Francisco Javier y todo el Santo Adviento, los que hemos referido otros años. Verdad es que siempre se añadían algunas circunstancias amorosas que los hacían más estimables y dignos de más ferviente agradecimiento.


[1] El Señor se sirve aquí de la psicología de Bernardo para purificarle. Siente que las gracias que recibe no son ilusiones, pero teme que puedan serlo.

[2] Aquí Bernardo experimenta la soledad, el abandono, la zozobra interior de Cristo en Getsemaní.

[3] Se trata del temor “filial”, que procede por amor.

[4] Cruz y regalo, dos palabras que une aquí Bernardo y con las que indica la madurez grande de su espíritu. Dice San Juan de Ávila en una plática: “¿Cómo puede vuestro corazón vivir, viendo a vuestro Esposo llagado, sin sentir las llagas? … ¿Cómo podéis estar sin cruz, viendo a vuestro Esposo enclavado y muerto en la cruz? (Obras completas de San Juan de Ávila, BAC, Madrid 1953, tomo II, págs. 1393-1398).

[5] Aquí Bernardo, viendo el riesgo del camino extraordinario, pide ser llevado por la senda ordinaria.

[6] San Pedro Damiano (1007-1072), monje, obispo, cardenal y doctor de la santa Iglesia. Luchó contra la corrupción del clero y de los nobles, en el problema de las investiduras.

[7] Tuvo lugar durante su segundo curso de teología en el colegio de San Ambrosio. Nos recuerda el cuadro de San Bernardo de Claraval, arrodillado a los pies de la Virgen y recibiendo un rayo de leche que toca su boca.

Bernardo de Hoyos

Beato Bernardo de Hoyos

Nacimiento y primeros años de Bernardo Francisco de Hoyos

 

Bernardo de Hoyos nació en Torrelobatón (España) en 1711. Su padre Don Manuel de Hoyos era Secretario del Ayuntamiento de Torrelobatón, pero su familia era originaria de un lugar llamado Hoyos. Su madre Doña Francisca de Seña, nació en Medina del Campo.

El niño fue bautizado a los 16 días con el nombre de Bernardo por deseo de sus padres (nació un 20 de Agosto, memoria litúrgica de San Bernardo de Claraval), y también con el nombre de Francisco, a propuesta del Párroco de la iglesia de Santa María de Torrelobatón donde fue bautizado, poniendo al niño bajo la protección de San Francisco Javier, pues en la iglesia había una talla en madera de este Santo, al que se tenía mucha devoción.

 

A los 9 años Bernardo recibió el sacramento de la Confirmación en Torrelobatón, a los 10 años fue a estudiar en el colegio de los jesuitas de Medina del Campo, y a los 11 años al colegio de los jesuitas de Villagarcía de Campos. A los 14 años, con el permiso de su familia, fue admitido en el Noviciado de los jesuitas en Villagarcía de Campos. Terminó el Noviciado con casi 17 años, y emitió los votos simples perpetuos. Desde los 17 hasta los 20 años, Bernardo estudió Filosofía en el colegio de los Santos Pedro y Pablo en Medina del Campo. A los 20 años Bernardo comenzó los estudios de Teología en el colegio de San Ambrosio de Valladolid.

 

Cuando Bernardo tenía 13 años, murió su padre Don Manuel de Hoyos. Este es un fragmento del testamento de Don Manuel: «A mis hijos recomiendo que sean temerosos de Dios y de la propia conciencia, obrando y procediendo bien según sus obligaciones, porque así merecerán el mayor alivio y, sobre todo, el agrado de la misericordia de su Majestad que les guiará y les iluminará para su santo servicio y para permanecer en él hasta la muerte, guardando obediencia, respeto y veneración a su madre, abuelo, tío, y todas las otras personas, a fin de que consigan en esta vida el afecto de todos y en la otra el eterno descanso».

 

Sobre su madre Doña Francisca, podemos leer estas palabras: «Crió a Bernardo su madre Dª. Francisca con especial esmero y cuidado, diciendo algunas veces que tendría gravísimo escrúpulo del menor descuido, porque si perdía aquel hijo, la daba a conocer el cielo, que le quitaba un Santo grande» (Libro Vida, libro1 capítulo1).

 

En el siguiente fragmento, se indica como era el joven Bernardo de Hoyos en el colegio: «Era muy puntual a las confesiones y comuniones, que los estudiantes de nuestras aulas de Gramática practican todos los meses, y recibía con suma docilidad los buenos consejos de sus maestros, cuando exhortaban a sus discípulos a la devoción a María Santísima Sª. Nª., a la frecuencia de los Sacramentos, a evitar toda culpa aunque fuese venial, y a los demás ejercicios virtuosos que inspiran los maestros a sus discípulos al tiempo mismo que les enseñan las letras» (Libro Vida, libro1 capítulo1).

 

Cuando pronunció la fórmula de los votos simples perpetuos, con casi 17 años, escribe el mismo Bernardo lo que sintió en ese momento: “Al empezar a leer la fórmula de los votos vi en la Sagrada Eucaristía al mismo Jesucristo, que me oía, como Juez en su trono, muy afable. Quedé al principio como fuera de mi, al ver tan gran Majestad, mas no fue tanto, que se conociese en lo exterior. Vile venir, y entrar en mi dichosa boca: causó mayor reverencia amorosa, y amor reverente, al verle entrar y estar en mi lengua. Después que pasó la Sagrada Forma, me dijo el Señor estas palabras intelectuales: ‘Desde hoy me uno más estrechamente contigo por el amor que te tengo’ » (Libro Vida, libro1 capítulo5).

 

 

Contexto histórico durante la vida de Bernardo de Hoyos

 

Durante toda la vida de Bernardo de Hoyos reinaba en España y en la América española el rey Felipe V, de la familia Borbón, que era nieto del Rey de Francia Luis XIV.

En Francia, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se había extendido mucho con los escritos de Santa Margarita María de Alacoque, y su confesor, San Claudio de la Colombière. Estando Santa Margarita María de Alacoque delante del Santísimo Sacramento expuesto, se muestra radiante Nuestro Señor Jesucristo, le descubre su Divino Corazón, y le dice:

 

» He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y que no recibe en reconocimiento de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este Sacramento de amor. Pero lo que me es aun mucho mas sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan. Por eso te pido que se dedique el primer viernes de mes, después de la octava del Santísimo Sacramento, una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando ese día, y reparando su honor con un acto público de desagravio, a fin de expiar las injurias que ha recibido durante el tiempo que he estado expuesto en los altares. Te prometo además que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia las influencias de su divino amor sobre los que den este honor y los que procuren le sea tributado «.

 

» Cómo puedo cumplir estos encargos? »

 

» Dirígete a mi siervo (el P. La Colombière) y dile de mi parte que haga cuanto pueda para establecer esta devoción y complacer así a mi Corazón divino; que no se desanime a causa de las dificultades que se le presenten, y que no le han de faltar; pero debe saber que es omnipotente aquel que desconfía enteramente de si mismo para confiar únicamente en Mí «.

 

Sobre la importancia de la consagración al Sagrado Corazón de Jesús, escribe Santa Margarita María de Alacoque:

 

» … cuando nos hemos consagrado y dedicado por completo a este Corazón adorable, para honrarle y amarle con todos nuestros medios, abandonándose del todo a El, El se cuida de nosotros y nos hace arribar al puerto de salvación, a pesar de las borrascas «.

 

El Señor Jesús pedía al Rey de Francia Luis XIV, la consagración a su Sagrado Corazón, petición que el Señor hizo por medio de Santa Margarita María de Alacoque:

 

«Haz saber al hijo mayor de mi Sagrado Corazón, que así como se obtuvo su nacimiento temporal por la devoción a los méritos de mi Sagrada Infancia, así alcanzará su nacimiento a la gracia y a la gloria eterna, por la consagración que haga de su persona a mi Corazón adorable, que quiere alcanzar victoria sobre el suyo, por su medio sobre los de los grandes de la tierra. Quiere reinar en su palacio, y estar pintado en sus estandartes y grabado en sus armas para que queden triunfantes de todos sus enemigos, abatiendo a sus pies a esas cabezas orgullosas y soberbias, a fin de que quede victorioso de todos los enemigos de la Iglesia».

 

En una carta a la Madre Saumaise decía Santa Margarita María de Alacoque: «El Padre eterno, queriendo reparar las amarguras y angustias que el adorable Corazón de su Divino Hijo sintió en las casas de los príncipes de la tierra, en medio de las humillaciones y ultrajes de su Pasión, quiere establecer su imperio en la corte de nuestro gran monarca, de quien desea servirse para la ejecución de este designio …».

 

El Rey de Francia Luis XIV no hizo esta consagración, aunque años después un descendiente suyo, Luis XVI, estando ya en prisión, hizo un Voto por el que consagraba al Divino Corazón su persona, su familia y todo su pueblo.

 

En España, el rey Felipe V, también de la familia Borbón, y nieto del Rey de Francia Luis XIV, fue favorable a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. En una carta fechada el 10 de marzo de 1727, el rey de España Felipe V pedía al Papa Benedicto XIII «para todos mis Reinos y Dominios, Misa y Oficio propio» del Sagado Corazón de Jesús. El rey Felipe V firmaba esta carta «Don Felipe por la gracia de Dios, Rey de las Españas, de las dos Sicilias, de Jerusalen, etc, que sus Santos pies y manos besa». Entendemos la expresión «Rey de las Españas» referida a España, la América española y Filipinas.

 

 

Ordenación sacerdotal de Bernardo y fallecimiento a los 24 años de edad

 

A los 23 años le correspondía a Bernardo comenzar el cuarto curso de Teología, y aunque no tenía edad para ordenarse, sus superiores pidieron dispensa para que pudiese hacerlo durante ese curso, y así con esta dispensa pudo ordenarse de Diácono. Poco después se ordenó de Presbítero, y unos días después celebró la Primera Misa en el colegio de San Ignacio de Valladolid.

A los 24 años, pocos meses después de haber sido ordenado sacerdote, enfermó de tifus y falleció, habiendo recibido el Viático y la Santa Unción.

 

De esta etapa de su vida, recogemos un hecho importante. En 1733, cuando Bernardo tenía 21 años y era estudiante de Teología en el colegio de San Ambrosio de Valladolid, recibió una carta de su amigo Agustín Cadaveraz que era sacerdote y profesor de Gramática en Bilbao. A Agustín le habían pedido un sermón para la octava de Corpus, y recordaba Agustín que en Valladolid había leído un libro escrito en latín cuyo título era ‘De cultu Sacratissimi Cordis Iesu’, del P. José de Gallifet, sobre la devoción al Corazón de Jesús. Para preparar el sermón, Agustín le pedía a Bernardo que copiase determinados fragmentos de ese libro y que se los enviase. Bernardo tomó el libro de la biblioteca y lo llevó a su habitación para copiar los párrafos pedidos. Esto es lo que relata Bernardo:

 

«Yo que no había oído jamás tal cosa, empecé a leer el origen del culto del Corazón de nuestro amor Jesús, y sentí en mi espíritu un extraordinario movimiento fuerte, suave y nada arrebatado ni impetuoso, con el cual me fui luego al punto delante del Señor sacramentado a ofrecerme a su Corazón para cooperar cuanto pudiese a lo menos con oraciones a la extensión de su culto».

 

«No pude echar de mí este pensamiento hasta que, adorando la mañana siguiente al Señor en la Hostia consagrada, me dijo clara y distintamente que quería por mi medio extender el culto de su Corazón Sacrosanto, para comunicar a muchos sus dones por su Corazón adorado y reverenciado, y entendí que había sido disposición suya especial que mi Hermano el P. N. (P. Agustín de Cardaveraz) me hubiese hecho el encargo para arrojar con esa ocasión en mi corazón estas inteligencias. Yo, envuelto en confusión renové la oferta del día antes, aunque quedé algo turbado, viendo la improporción del instrumento y no ver medio para ello».

 

«Todo el día anduve en notables afectos al Corazón de Jesús, y ayer estando en oración, me hizo el Señor un favor muy semejante al que hizo a la primera fundadora de este culto, que fue una Hija de Nuestro Santo Director (San Francisco de Sales) la V. M. Margarita Alacoque, y lo trae el mismo autor en su vida al núm. 32. Mostróme su Corazón todo abrasado en amor, y condolido de lo poco que se le estima. Repitióme la elección que había hecho de este su indigno siervo para adelantar su culto, y sosegó aquel generillo de turbación que dije, dándome a entender que yo dejase obrar a su providencia, que ella me guiaría, que todo lo tratase con V. R. (el P. Juan de Loyola) que sería de singular agrado suyo, que esta Provincia de su Compañía tuviese el oficio y celebrase la fiesta de su Corazón, como se celebra en tan innumerables partes”.

 

………….

 

“El Domingo pasado (dice) inmediato a la fiesta de nuestro San Miguel, después de comulgar, sentí a mi lado a este Santo Arcángel que me dijo cómo en el extender el culto del Corazón de Jesús por toda España, y más universalmente por toda la Iglesia, aunque llegará día en que suceda, ha de tener gravísimas dificultades, pero que se vencerán, que él, como príncipe de la Iglesia, asistirá a esta empresa; que en lo que el Señor quiere se extienda por nuestro medio, también ocurrirán dificultades, pero que experimentaremos su asistencia».

 

«Después de esto quedé un poco recogido, cuando por una admirable visión imaginaria, se me mostró aquel Divino Corazón de Jesús todo arrojando llamas de amor, de suerte que parecía un incendio de fuego abrasador de otra especie que este material».

 

«Agradecióme el aliento con que le ofrecí hasta la última gota de mi sangre en gloria de su Corazón, y para que yo experimentase cuán de su agrado es esta oferta, por lo mucho que se complacía en los deseos solos, que yo tenía de extender por el mundo, cerró y cubrió mi corazón miserable dentro del suyo, donde por visión intelectual admirable vi los tesoros y riquezas del Padre depositadas en aquel sagrario, el deseo y como ímpetu que padecía su corazón por comunicarlas a los hombres, el agrado en que aprecien aquel Corazón, conducto soberano de las aguas de la Vida, con otras inteligencias maravillosas en que por modo más especial entendí lo que San Miguel me había dicho. Pues las dulzuras, los gozos, suavidades y celestiales delicias que allí inundaron mi pobre corazón sumergido en aquel océano de fuego de amor, sólo el mismo Jesús lo sabe, que yo no».

 

……………..

 

«Desde este punto he andado absorto, y anegado en este Divino Corazón; al comer, al dormir, al hablar, al estudiar y en todas partes no parece palpa mi alma otra cosa que el Corazón de su amado, y cuando estoy delante del Señor Sacramentado, aquí es donde se desatan los raudales de sus deliciosísimos favores, y como este culto mira al Corazón Sacramentado, como a su objeto, aquí logra de lleno sus ansias amorosas”.

 

……………….

 

«Dióseme a entender que no se me daban a gustar las riquezas de este Corazón para mi sólo, sino para que por mi las gustasen otros. Pedí a toda la Santísima Trinidad la consecución de nuestros deseos, y pidiendo esta fiesta en especialidad para España, en que ni aun memoria parece hay  de ella, me dijo Jesús: ‘Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes’ «.

 

…………….

 

“Yo no salgo del Corazón Sagrado; allí me encontrará V. R. (Bernardo escribe al P. Juan de Loyola); quiere este Divino Dueño que yo sea discípulo del Corazón Sagrado de Jesús, y discípulo amado: así me lo ha dicho, como a su sierva la V. Margarita, fuente de esta devoción”.

 

Viendo su corazón tan inflamado en las llamas del Sagrado Corazón de Jesús, quiso encender el mismo fuego de amor divino en otros muchos corazones. Arrojóle en el de sus Directores, conocidos y espirituales amigos jesuitas con feliz suceso. No hubo uno sólo de muchos a quienes inspiró esta devoción y comunicó sus ardores, que no abrazase el culto del Sacrosanto Corazón de Jesús. Yo admiré (escribe el P. Juan de Loyola) como prodigio este sagrado ardor con que hombres doctos, prudentes, autorizados y de superiores talentos se dejaron mover de un niño a una devoción nueva y desconocida. Entre estos jesuitas hubo Provinciales, Rectores, Maestros, Predicadores, Misioneros, en fin los primeros hombres de nuestra Provincia de Castilla. Pero como el Sagrado Corazón respiraba sus llamas y ardores por la boca y pluma de nuestro joven, no podía resistir la prudencia y sabiduría humana. (libro 3 capítulo 1)

 

Luego que vio Bernardo también lograda y recibida su santa y nueva devoción, emprendió por medio de sus confidentes jesuitas inflamar toda España y el Nuevo Mundo en el mismo sagrado incendio de su devoción. Por sí mismo podía hacer muy poco, hallándose Hermano estudiante: no obstante inspiraba este amable culto a cuantas personas trataba. (libro 3 capítulo 1)

 

El mismo Corazón de Jesús se le mostraba y al mismo tiempo alentaba su espíritu, y le mandaba alentase en su nombre a los que empezaban a propagar su culto. “Dí a tu P. N. (el P. Juan de Loyola) que prosiga (le dijo el Señor un día). Yo cumpliré mi promesa (ésta es la que hizo a la V. Margarita), de derramar los influjos de mi Corazón sobre los que le honrasen y procurasen que otros le honren, y me serán agradables sus trabajos” (Libro «Vida del V. y angelical joven P. Bernardo Francisco de Hoyos de la Compañía de Jesús», del P. Juan de Loyola, libro 3 capítulo 1).

 

 

La obra de Bernardo de Hoyos

 

El P. Bernardo de Hoyos falleció en 1735, a los 24 años de edad, solo algunos meses después de su ordenación sacerdotal. En sus pocos años de vida escribió varios centenares de cartas principalmente a su director espiritual el P. Juan de Loyola, así como escritos espirituales, apuntes y sermones.

En una carta del día 28 de Octubre de 1733, Bernardo de Hoyos decía: En la acción de gracias después de haber comulgado «pedí la extensión del Reino del mismo Corazón sagrado en España, y entendí que se me otorgaba. Y con el gozo dulcísimo que me causó esta noticia quedó el alma como sepultada en el Corazón divino, en aquel paso que llaman sepultura. Muchas y repetidas veces he sentido estos asaltos de amor en estos días, dilatándose tanto en deseos mi pobre corazón que piensa extender en el Nuevo Mundo el amor de su amado Corazón de Jesús, y todo el universo se le hace poco».

 

La principal fuente para conocer estos escritos de Bernardo es el libro «Vida del V. y angelical joven P. Bernardo Francisco de Hoyos de la Compañía de Jesús» escrito por Juan de Loyola. El P. Juan de Loyola escribió este libro en los cuatro años siguientes a la muerte de Bernardo de Hoyos. Para escribirlo tenía delante los apuntes y escritos de Bernardo, según dice el propio P. Loyola:

 

“Todos estos papeles han estado a mi vista al tiempo de escribir esta Historia; y todos están hoy en este colegio de Nuestro S. P. Ignacio de Valladolid, noticia que puede satisfacer a cualquiera que dudase de algún hecho particular de lo que escribo”.

 

Retomamos la historia en otro punto. El rey Felipe V de España, de la familia Borbón, nieto del rey Luis XIV de Francia, favoreció mucho la difusión del culto al Sagrado Corazón de Jesús. No obstante, en tiempos del rey Carlos III, en el año 1767, los jesuitas fueron expulsados de España y sus bienes fueron confiscados, entre ellos los apuntes y escritos de Bernardo de Hoyos que estaban en el colegio de San Ignacio de Valladolid. Cuando los jesuitas regresaron a España, nunca se pudieron encontrar estos apuntes y escritos espirituales de Bernardo, pero conocemos muchos de ellos gracias al manuscrito «Vida del V. y angelical joven P. Bernardo Francisco de Hoyos de la Compañía de Jesús» escrito por su director espiritual el P. Juan de Loyola S. J., quien antes de perderse los escritos de Bernardo, había copiado muchos de ellos en el manuscrito.

 

Situación geográfica

 

Bernardo de Hoyos nació en Torrelobatón (Valladolid), y vivió también en Medina del Campo, Villagarcía de Campos y Valladolid. Falleció a los 24 años en Valladolid. La familia de su padre, Don Manuel de Hoyos, procedía de un pequeño lugar en la montaña llamado Hoyos.